Solemnidad de la Santísima Trinidad – Ciclo A (Juan 3, 16 – 18)
El evangelio de este domingo en la fiesta de la Santísima Trinidad es, a la vez, un evangelio sencillo y lleno de profundidad. Hace tiempo me impresionó una frase de la escritora francesa Muriel Barbery: “La verdad agradece ser dicha con sencillez”. Se cumple plenamente en estos versículos del evangelio de San Juan: la mayor verdad sobre Dios dicha sencillamente en apenas tres versículos.
Porque la mayor verdad sobre el Dios de Jesús es que “amó al mundo”. La relación del Dios de Jesús con el mundo es el amor; no hay otra. Y por si no queda claro, el evangelista añade: “… no para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve…”. Si alguien puede juzgar al mundo es Dios, pero al Dios de Jesús no le importa el juicio, el andar repartiendo premios y castigos, sino lo que le importa es “que el mundo se salve”. La frase de Juan nos habla de un corazón tan “grande”, el de Dios, que es incomprensible para nuestros “pequeños” corazones, tan proclives al juicio y a la condena. Por eso, el amor de Dios es para nosotros un auténtico “misterio”.
Pero ese amor tan grande de Dios no es a coste cero. Implica entrega total hasta el final: “entregó a su Unigénito”. Porque para salvar al mundo el Hijo hubo de encarnarse, de asumir la condición humana: “se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo… obediente hasta la muerte y una muerte de cruz” (Filipenses 2, 7-8). No hay amor sin entrega: ni el de Dios ni el humano. Amar es entregarse, darse, y eso siempre supone un coste para el que ama. Un coste por el que Dios no pidió nada, porque el amor de Dios es pura gratuidad.
Estos preciosos versículos del evangelio de hoy hacen otra constatación sobre el amor de Dios: es un amor que respeta la libertad humana para acogerlo o para rechazarlo: “el que cree en él no será juzgado; el que no cree, ya está juzgado…” No se impone ni esclaviza. Nos quiere hijos, no esclavos; quiere de nosotros el amor, no el miedo o la sumisión. De nuevo nos impresiona la desproporción entre lo que da que es todo (“tanto amó…) y lo que “exige” a cambio que es nada.
Es muy significativo que la liturgia nos proponga en este domingo en que celebramos el “misterio” de la Santísima Trinidad este evangelio. Porque éste es el auténtico “misterio” de la Trinidad, el “misterio” de Dios y sobre Dios: el misterio de un amor que nos sobrepasa totalmente en su intensidad, que nos anonada con su gratuidad, que nos interpela por la libertad que nos otorga. ¡Ojalá que celebrar hoy este Amor nos ayude a que nuestro amor “al mundo”, a todos nuestros hermanos y hermanas, se parezca en algo al que Él tiene por nosotros!
Darío Mollá SJ