Sucedió en Betania, antes de la Pascua

Es bastante probable que pase desapercibido en medio del imponente relato de la Pasión del Evangelio de Marcos que escucharemos este Domingo de Ramos. Casi pasará de puntillas y, sin embargo, Marcos lo sitúa al inicio de los sucesos que llevarán a Jesús hasta la cruz.

Sucedió en Betania (12,3-9), en casa de Simón el leproso. Sucedió de un modo imprevisible: una mujer entra en la casa, lleva un frasco que contiene perfume muy caro, nardo puro. Rompe el frasco y derrama el perfume en la cabeza de Jesús. A partir de ese momento, reacciones en cadena: reproches, juicios…

Esta secuencia se encuentra en medio de dos historias: los sacerdotes y letrados conspirando para matar a Jesús (12,1-2) y Judas Iscariote acudiendo a los sacerdotes para traicionar a Jesús (12,10-11). Hay que reconocerle a Marcos su genialidad al componer de este modo el relato, ofreciendo un golpe de efecto al contrastar la actitud de los dirigentes del pueblo y de uno de sus propios discípulos con la actitud de la mujer. Unos planean matar a Jesús. Otro, traicionarle. La mujer da un paso adelante, movida por el amor. En unos, palabras de muerte; en la mujer, un gesto de vida.

No se nos debe escapar que todo esto acontece en casa de un leproso, Simón. Es la primera vez que Marcos lo nombra pero no es la primera vez que hace referencia a la entrañable relación de Jesús con los leprosos (1, 40-45). Con los que ya no pueden más, con los que ya no lo soportan, con los que han quedado fuera en nombre de una Ley reducida a norma y vaciada de compasión, Jesús pone en juego toda su capacidad de incondicional acogida. Con los leprosos, Jesús hace saltar por los aires los límites de lo establecido, los límites de las zonas de seguridad.

Y Jesús está sentado a la mesa en casa de Simón, probablemente alguien a quien rescató del desprecio y la exclusión. Es un momento de fiesta celebrada que festeja porque la alegría había vuelto a la casa de Simón, a toda la Casa de Israel. Algo que ni soportarán ni perdonarán la gente de la Ley y el Templo. La alegría y la fiesta es algo que no podrán arrebatar a quienes han encontrado alivio y respiro en Jesús.

Y en casa de Simón, donde se respira agradecimiento y fiesta, irrumpe la mujer con aquel frasco con perfume muy caro. De la mano del agradecimiento festejado irrumpe el gesto excesivo, desmedido, desproporcionado. Esta es la vida del discípulo, a esto es convocado.

La mujer unge a Jesús, derramando el perfume sobre su cabeza. Es el reconocimiento que hace de él como el Ungido, el Mesías. Es su confesión silenciosa, proclamado en gesto recordado “en cualquier parte del mundo donde se proclame el Evangelio”.

El gesto de la mujer debió de coger por sorpresa a Jesús pero le ayudó a comprender el alcance que tenía. Debió de ser como una claridad que le permitió ver más allá y reconocer que esta mujer “se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura”.