Su vida no depende de sus bienes

Domingo 18 del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 12, 13 – 21)

Esta frase del evangelio de Lucas que aparece en la liturgia este domingo, no es más que una evidencia constatable día a día si la aplicamos a la duración de la vida: ésta depende muy poco de los bienes que se tengan, pues aunque mayores posibilidades económicas sí influyen en mejores condiciones de vida y, por ende, en una vida más larga, constatamos, día sí y día también, que mil circunstancias quiebran inesperadamente esa supuesta lógica.

Pero esa misma frase “su vida no depende de sus bienes” es una de las frases más radicales y contraculturales del evangelio si la aplicamos no a la duración de la vida, sino a la calidad humana de la vida, a la felicidad vital.  Porque si hay un mensaje machacona y reiteradamente repetido en nuestra cultura y en nuestra vida cotidiana, desde cantidad innumerable de foros y altavoces, es que la calidad de nuestra vida y, de alguna manera, la misma felicidad humana (se llega a decir) depende de tener estos o aquellos bienes, productos, goces o caprichos. También hay evidencias cotidianas de que eso no es así, pero esas evidencias son ahogadas por todo tipo de propagandas, evidentes o subliminales.

Pero podemos dar un paso más y preguntarnos: si la calidad humana de nuestra vida y su sentido no dependen de los bienes materiales que alcancemos a tener o acumular, ¿de qué depende? ¿en qué nos la jugamos? Pienso que nos la jugamos en dos cosas que no son “bienes” en el sentido material, sino que son dinámicas del espíritu.

La primera de ellas es la capacidad, la sensibilidad, para captar y acoger todo el amor y todos los bienes que nos son dados día a día, la capacidad de sentirnos amados y queridos muy por encima de lo que merecemos. ¿Qué es en el fondo el egoísmo? ¿cuál es su primer movimiento?: la incapacidad de percibir el amor que me es dado y esa incapacidad bloquea muchísimas de las capacidades humanas, como el agradecimiento, la alegría, la generosidad… Cuando al final de sus Ejercicios Espirituales San Ignacio de Loyola propone su “Contemplación para alcanzar amor”, lo que está proponiendo es un ejercicio de crecimiento en la sensibilidad para captar un amor de Dios que se manifiesta por todos los rincones de la vida: y por ello la petición inicial de la Contemplación es “conocimiento interno de tanto bien recibido”, sensibilidad para captar el amor que recibo.

La segunda dinámica vital en la que se juega la calidad humana de nuestra vida es en la generosidad y la gratuidad con la que nosotros amamos a los demás. En un amor que no es un mero intercambio de favores, ni está ansioso de compensaciones o respuestas, sino que goza amando, entregándose, dándose. Ese sí que es un gozo que alimenta el alma y que da sentido a la vida.

Dario Mollá SJ