Sobre mujeres y niños

La secuencia de este domingo, tomada del Evangelio de Marcos, avanza en la narración donde Jesús, tras anunciar lo que le sucederá en Jerusalén, va instruyendo a los discípulos. Al lector de Marcos no se le escapará la dificultad de los discípulos por comprender a Jesús y los conflictos que se dan dentro del grupo (quién es el más importante) y fuera del grupo (rechazo de quien no forma parte del mismo).

Los versículos de este domingo (10:2-16) nos sitúan ante dos realidades -las mujeres y los niños- y ante lo asumido por los discípulos: el privilegio de los derechos del hombre sobre la mujer y la hostilidad hacia los niños.

La secuencia se abre con una pregunta de los fariseos a Jesús con la intención de «ponerlo a prueba»: «¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?». La pregunta resulta desconcertante al no ser una cuestión debatida dentro del judaísmo ya que contaba con el apoyo de la Ley de Moisés (Dt 24, 1ss). Lo que si se debatía entre las escuelas rabínicas era en qué caso era admisible el divorcio: la escuela de Hillel solo aceptaba el divorcio en caso de adulterio y la escuela de Shammay, por cualquier motivo.

Los fariseos quieren poner a Jesús entre la espada y la pared: entre la dignidad de la mujer y la fidelidad a la ley de Moisés. Por su parte, Jesús va a poner a los fariseos también entre la espada y la pared: entre Dios y Moisés. Les remite a lo que estaba en el proyecto de Dios desde el principio: el hombre y la mujer son creados iguales, los dos son una misma carne. ¿Caben, entonces, estas prerrogativas del hombre sobre la mujer? Si se dan esos derechos, Jesús tiene claro por qué es: «por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto». Los discípulos van a necesitar más claridad por parte de Jesús y «en casa, volvieron a preguntarle sobre lo mismo».

Pero la narración seguirá y nos podrá ante los niños que se acercan para que Jesús los toque. La reacción de los discípulos es de hostilidad hacia ellos. El episodio parece insignificante. Sin embargo, encierra un trasfondo de gran importancia para los seguidores de Jesús. Se han olvidado ya del gesto de Jesús que, unos días antes, había puesto en el centro del grupo a un niño para que aprendan bien que son los pequeños los que han de ser el centro de atención y cuidado de sus discípulos.

La comunidad de Jesús está llamada a desterrar todo tipo de privilegios de unos frente a otros y a desterrar toda forma de hostilidad hacia cualquier persona, especialmente hacia los pequeños y últimos. Sólo de esta forma la comunidad cristiana será significativa con un lenguaje que se entiende.