Sobre el discernimiento vocacional. La persona que discierne (I)

Continuamos, con esta segunda entrega, con la serie de reflexiones que a lo largo de este mes de octubre ofrecemos sobre distintos aspectos de la vida vida religiosa. En esta ocasión, nos acercamos al discernimiento vocacional de la mano de Darío Mollá:

El discernimiento vocacional es uno de los discernimientos más importantes y más exigentes pues en él se toman decisiones que marcan la vida de quienes lo afrontan. Por eso, discernir la vocación pide un cuidado especial de las actitudes con que dicho discernimiento se lleva a cabo y del procedimiento del mismo, tanto en la persona que ha de tomar la decisión, como, en el caso de vocación al ministerio presbiteral o a la vida religiosa, por parte de la institución que confirma dicha decisión. En esta primera reflexión me voy a centrar en la persona que discierne.

Ayuda a un buen discernimiento formular precisa y adecuadamente la pregunta a la que se quiere responder. ¿Cuál es esa pregunta en el caso del discernimiento vocacional? De entrada, diríamos que es: “¿tengo vocación de/a…?” Sin embargo, pienso que es más adecuado preguntarse “siento que Dios me llama a…?” ¿Es lo mismo? Creo que no: en el primer caso soy yo el que “tengo” la vocación y el peligro es que mi supuesta vocación sea un antojo, una huida, una obcecación, etc… La auténtica vocación es un don que se recibe y que se acoge, a veces con renuncias muy dolorosas y en modo muy sorprendente.

San Ignacio cuando habla de discernimiento en Ejercicios dice: “Pedir a Dios nuestro Señor quiera mover mi voluntad y poner en mi ánima lo que yo debo hacer, acerca de la cosa propósita, que más su alabanza y gloria sea; discurriendo bien y fielmente con mi entendimiento y eligiendo conforme su santísima y beneplácita voluntad” (Ejercicios nº 180).

El discernimiento es atención a las “mociones” que el Espíritu suscita en nuestro interior y también análisis de razones, ¿Por dónde van una y otra cosa en el caso de una discernimiento vocacional? Cada caso es cada caso, pero sí que me atrevo a señalar algunos indicadores.

En cuanto a las mociones, pueden ser muy diversas pero creo que hay tres mociones que suelen acompañar siempre a una llamada vocacional del Señor. La primera es la alegría: la llamada del Señor suscita alegría, incluso cuando responder a la llamada del Señor pide renuncias y sacrificios. La segunda es la fortaleza, la capacidad de afrontar todas las resistencias internas y las dificultades externas que parecen oponerse a la respuesta positiva a la vocación. Y la tercera es la disponibilidad: cuando se siente en el corazón la llamada del Señor no importa mucho el dónde con tal de seguirle a Él, el sí no es un sí condicionado.

Pero también es necesario tener en cuenta si las características y las capacidades personales son las idóneas para la vocación a la que uno se siente llamado. No se trata de tenerlas todas ni de tenerlas en grado sublime, pero sí en el grado suficiente. Difícilmente tendrá una vocación monástica quien es incapaz de silencio, o una vocación hospitalaria quien no soporta ver sangre u oler éter, ni una vocación de ayuda y consejo a los demás quien no tiene una personalidad mínimamente sana.

Y con esto ya nos quedamos a las puertas de la próxima reflexión…

Darío Mollá SJ