Sobre el discernimiento vocacional. La institución que admite (II)

Concluimos la serie de cuatro entregas que, a lo largo de este mes de octubre, hemos ofrecido sobre distintos aspectos de la vida vida religiosa. En esta ocasión, Darío Mollá aborda el discernimiento vocacional desde la perspectiva de la institución que admite.

En un discernimiento vocacional cara al ministerio sacerdotal o a la vida religiosa está, por una parte, el discernimiento de la persona que solicita ser admitida en el seminario o en el noviciado y, por otra parte, el discernimiento, y la decisión, de la institución que decide admitir o rechazar. Quiero hoy reflexionar sobre esta segunda parte del discernimiento vocacional.

La responsabilidad de esa decisión es grande por parte de quien la ha de tomar. Porque está en juego la vida de una persona y también ante la Iglesia. Evidentemente, no hay discernimientos infalibles, pero eso no quita que todo discernimiento ha de ser responsable al máximo. No valen argumentos facilones de “el noviciado está para discernir”, “si sale mal no pasa nada…”: sí que pasa (y, normalmente, no cosas buenas) y aunque el seminario o el noviciado estén para discernir hay que partir de una presunción positiva.

Quiero señalar tres “tentaciones” (“bajo especie de bien”, como suelen ser las buenas tentaciones eclesiásticas…) que se dan en estos procesos de discernimiento institucional y a las que hay que prestar atención. Como debía mi sabio y experimentado maestro de novicios, “no por si pasa, sino porque pasa”…

La primera va en la línea de “si le admitimos, le ayudamos, le hacemos un  favor”. Es un buen chaval, una buena chica… y le podemos ayudar en muchos aspectos. Obviamente es bueno ayudar a todas las personas, a las que son buenas y a las que lo son menos, a las que lo merecen y a las que, sin merecerlo, lo necesitan… Pero esa ayuda y ese favor no puede ser la admisión en el seminario o en la vista religiosa cuando no hay claridad mínima sobre su vocación y las posibilidades de llevarla adelante. Ni se hace un bien a la Iglesia, ni, a la larga, se le hace a la persona… Más bien, muchas veces esa “caridad indiscreta” (caridad sin discernimiento) se le puede volver en contra.

La segunda es la poderosa tentación del número, de que somos pocos/as y son muchas las necesidades o las obras a mantener y cualquier persona que venga bienvenida sea. Bueno: bienvenida sea o no sea tan bienvenida, porque hay personas que, si no tienen vocación, más que ayudar estorban y al final se pierden más energías cuidándolas a ellas o aguantando sus carencias que en lo apostólico. Es una tentación muy fuerte la de sustituir calidad por cantidad y muchas veces en el fondo de esa tentación y de esa conducta aparecen ganas de ponerse medallas o frustraciones inconfesables de quienes admiten.

Y la tercera es la tentación de los “padrinos/as”. Aquí está la, a veces, delgada línea entre presentar, apoyar, interesarse por una vocación… o presionar más allá de lo debido, y en función de intereses del “presentador”, para la admisión o la permanencia de una persona incluso cuando aparecen con mediana claridad datos que desaconsejan la permanencia de esa persona en el seminario o en la vida religiosa. El colmo de esto es cuando alguien admite por su simple autoridad, prescindiendo de quienes han acompañado el proceso de discernimiento vocacional.

Es mucho lo que está en juego en una vocación sacerdotal o religiosa… y por eso es mucho el cuidado y la finura espiritual que se pide a quien discierne sobre ella.

Darío Mollá Llácer sj