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La persona humana es un ser en búsqueda, en búsqueda permanente: de sentido y motivación, de afecto, de respuesta a los interrogantes de la vida, de soluciones a los nuevos problemas con los que se va enfrentando… En la búsqueda el ser humano madura y la humanidad progresa, atravesando, con todo, incertidumbres y preguntas en tiempo oscuro. ¡Cuántas veces no habremos cantado con el poeta de Xátiva: “tots plens de nit, buscant la llum, buscant la pau, buscant a Déu, al vent del mon”!

Ignacio de Loyola fue una persona en constante búsqueda: al quebrarse, junto con su pierna, su proyecto vital primero, puso en marcha un proceso de búsqueda que le llevó toda una vida y que le hizo definirse a sí mismo, como un “peregrino”. Peregrino en búsqueda de la verdad de sí mismo, del sentido de su vida, del modo de ayudar a los demás, del Dios en todas las cosas.

Su gran aportación a la historia de la espiritualidad cristiana, y de la espiritualidad universal, no es otra cosa en el fondo que una guía para peregrinos, un manual de búsqueda: los Ejercicios Espirituales. Sencillo y nada directivo: porque lo que se ofrece a quien se acerca a ellos no son respuestas, sino preguntas; no son caminos trillados o impuestos, sino bagaje para hacer cada uno el propio camino; no son imposiciones desde fuera sino respetuoso acompañamiento. En definitiva, una propuesta de libertad. De la auténtica libertad que supone el buscar: renunciar a seguridades y mirar siempre hacia adelante.

En esa propuesta ignaciana hay palabras esenciales: mirar con atención y cariño la realidad que es contemplar; estar atento a las llamadas interiores y a los signos de los acontecimientos que es discernir; intentar captar las necesidades de quienes nos rodean y atender a ellas que es servir. Y en el contemplar, el discernir y el servir se da el encuentro máximo al que aspira todo buscador humano: encontrarse con la verdad, con el sentido, con la libertad, con Dios: “Buscar y hallar”.

Seguimos buscando, no cesamos de buscar. Seguimos siendo peregrinos en nuestra vida y en nuestra historia. Y para quienes nos sentimos peregrinos, la espiritualidad ignaciana es una ayuda valiosa. La espiritualidad ignaciana no es espiritualidad para satisfechos o para instalados porque pregunta, inquieta, hace mirar hacia adelante y huir de conformismos y nostalgias.

El Centro Arrupe ofrece adentrarse en esa espiritualidad, conocerla mejor, hacerla más nuestra a través de la Escuela Ignaciana que ofrece este curso tres talleres: “Iniciación a la espiritualidad ignaciana”, “Modos de oración ignaciana” y “Discernimiento con el Papa Francisco”. Enlazar

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