Seréis Bienaventurados

Todos los santos (Mt 5,1-12)

El seguimiento del Señor lo hacemos siempre en la “comunión de los santos”. Estamos en el ámbito del Compasivo, del Dios de la Vida, gracias a las mujeres y hombres que a lo largo de la historia han vivido el Evangelio y nos han adentrado en él. El seguimiento lo hacemos dentro de una corriente de testigos de la Compasión y la Justicia.

Nuestra fe cristina no es una mera adhesión a un contenido doctrinal sino el deseo de vivir en misericordia, en justicia y humildad como bien declaró desde antiguo el profeta Miqueas. Para nosotros el Santo de Dios es Jesús de Nazaret el que “pasó haciendo el bien”

Cuando en la liturgia proclamamos en el Gloria “porque sólo tu eres Santo, sólo tu Señor”, nos estamos reconociendo como peregrinos y caminantes. Lo que pasa es que, gracias a Dios, en nuestro caminar por la vida nos hemos encontrado con hombres y mujeres que nos han reflejado la Santidad de Jesús. Nos han alentado y nos siguen alentando en nuestro deseo de configurar nuestro corazón y nuestro actuar con los sentimientos de Cristo Jesús. Hoy los tenemos presentes y agradecemos su vida.

No estamos solos en el camino, no es un camino para “llaneros solitarios” -el “llanero solitario” era un cómic que leía cuando yo era un niño- sino que siempre caminamos con otros. Cada cristiano debería tener su propia “letanía de los santos”. Cada uno de nosotros sabe de hombres y mujeres que han sido cauces de misericordia en nuestra vida, tanto del pasado como del presente. Nunca debemos olvidarlos.

Nuestra vida sin los santos y santas de Dios sería una alucinación imposible de vivir, ellos nos muestran que entre todos vivimos el Evangelio. Un solo cuerpo con diversidad de dones nos dirá San Pablo, dónde yo no llego llega mi compañero de camino. Lo que pasa es que en el camino ha habido compañeros y compañeras que han sido agraciados especialmente y han sido nuestra fortaleza y guía.

Porque reconocemos la Santidad de Jesús como única, y de la cual deseamos participar, dejamos que él, una vez más, nos muestre el camino para no confundirnos (sabemos que podemos llamar santidad a la extravagancia más peregrina, podemos llamar santidad a dinámicas vitales de auténtica deshumanización). Reconocer la Santidad de Jesús es escuchar con alegría como llama felices, bienaventurados, agraciados, bendecidos a los pacificadores, a los misericordiosos, a los limpios de corazón, a los humildes a los que expresan con lágrimas que son hijas e hijos de la aflicción, a aquellos que se la juegan por un mundo más de Dios, más justo, a los pobres que no quieren poner sus afanes en la riqueza…

Jesús nos mapea el país de la santidad, para no desviarnos por caminos de injusticia, de dureza de corazón, de desprecio, de riqueza y engreimiento, de prepotencia, de agresiones. Sabemos que estamos en un mundo que no se ha mostrado en plenitud la santidad, que trigo y cizaña crecen juntos, que santidad y maldición coexisten, pero no nos tenemos que cansar de agradecer los que nos muestran, con su vivir, la vida verdadera.

Los santos y santas de Dios son los bendecidos por el don de la bondad y la sabiduría existencial que en nuestro caminar hacen que emerja lo mejor de nosotros mismos. Jesús y sus santos y santas nos hacen mejores personas.

Toni Catalá SJ