Domingo 5º tiempo ordinario – Ciclo C (Lucas 5, 1-11)
Con la escena que nos presenta el evangelio de este domingo comienza una de las historias más hermosas que aparecen en el texto de Lucas y en el conjunto de los relatos evangélicos: la historia de la relación entre Simón, hijo de Juan, apóstol Pedro, y Jesús. Una historia que podemos conocer con bastante detalle y que contiene momentos de todo tipo: de fe y de dudas, de amor y de negaciones. Quiero en mi comentario de hoy destacar cuatro aspectos de este inicio.
En primer lugar, la iniciativa, la primera aproximación, el comienzo del comienzo. Y la iniciativa es plena de Jesús. Simón está a lo suyo, en su trabajo cotidiano y con sus preocupaciones cotidianas. Después de una mala noche y, por tanto, en un mal momento. Entonces se acerca Jesús: seguramente no se conocían previamente, a lo más Simón podría haber oído cosas sobre el Maestro. Pero en esa vocación, y en toda vocación al seguimiento, la iniciativa es del Señor. No es mérito, es gracia.
En segundo lugar, hay apuesta. Evidentemente, la primera apuesta es la apuesta de Jesús por la persona de Simón. Jesús apuesta por un pescador con el que tuvo que trabajar mucho para convertirlo en el apóstol que fue y en la piedra sobre la que edificó su Iglesia. Toda vocación es también la apuesta de Jesús por nosotros, para iniciar un trabajo que es de por vida. Pero también hay apuesta de Simón por Jesús: también lo es que el experimentado pescador se fíe de la palabra del hijo del carpintero para volver a echar las redes tras una noche de pesca frustrada.
En tercer lugar hay una propuesta: “Serás pescador de hombres”. Una propuesta que, a posteriori, nos es relativamente fácil de interpretar. ¿Pero cómo sonaría esto a los oídos de Simón? Como en otros relatos evangélicos (por ejemplo, el “venid y veréis” de Juan 1, 39), la fuerza no está en el contenido mismo de la propuesta, sino en la persona que la hace. Toda vocación es fiarse de alguien que nos invita a ir detrás de él por caminos desconocidos y a lugares que ni siquiera podemos imaginar y prever. Con el tiempo entendió Pedro eso de “pescador de hombres” y con el tiempo vamos entendiendo cada uno de nosotros el sentido que Dios ha querido dar a nuestra vida.
Finalmente, hay una entrega incondicional. La frase evangélica es de una rotundidad estremecedora: “Dejándolo todo, lo siguieron”. No es simplemente: dejando lo que estaban haciendo; es mucho más. ¿Y se puede dejar todo al momento? Sí en la intención: luego, en el día a día, hay muchas cosas de las que cuesta despegarse y a las que es difícil renunciar. Sólo si crecemos en el amor, renunciamos. Pero queda ya apuntado que para seguirle plenamente a Él hay que renunciar a todo. Y volvemos al comienzo: no es mérito, sino gracia que se pide: “dadme vuestro amor y gracia”.
Darío Mollá SJ