Señor, ¿cuándo te vimos con hambre…?

Domingo treinta y cuatro del tiempo ordinario (Mt 25,31-46)

Después de la invitación a la vigilancia, a estar despiertos, en la parábola de las doncellas y las lámparas de aceite; después de hacernos caer en la cuenta de que los miedos, enterrar el “talento”, no hace fecunda la vida; en esta tercera parábola del juicio de las naciones, Jesús nos dice que no cabe otra disposición de corazón en la vida que no sea la compasión.

Esta parábola tan conocida es la definitiva. Jesús nos pone una raya roja, en la vida no todo vale. No es lo mismo dar de comer y de beber que no dar de comer ni de beber. No es lo mismo vestir y arropar que mantener en la indignidad a la criatura desnuda. No es lo mismo aliviar al enfermo que ignorarlo. No es lo mismo hacerse cercano al privado de libertad, para que no olvide que su dignidad de hijo de Dios queda en pie a pesar de los pesares, que despreciarlo. No es lo mismo acoger al forastero que “devolverlo en caliente”.

Está parábola nos pone en “crisis”, nos remueve, nos agita, nos saca de la somnolencia ante lo que acontece y eso en una Buena Noticia. La Misericordia y la Compasión no son analgésicos ni tranquilizantes. El sufrimiento del “otro” humano nos concierne, nos hace discernir nuestro modo de estar en la vida. Si nos implicamos compasivamente vivimos. Si nos cerramos sobre nosotros nos convertimos en muertos vivientes. El juicio se está dando cada día, no es un asunto sólo del último.

Es de agradecer que Jesús nos hable tan claro sobre el sentido o sinsentido de la vida, que nos hable tan claro sobre la bendición y la maldición, que nos muestre tan claro los caminos abiertos e iluminados de la vida compasiva y justa y nos prevenga sobre los laberintos oscuros y sin salida. Jesús nos dice que la vida no nos la jugamos en la relación explícita con él, ¿cuándo te vimos?, sino en el “aproximarnos” al sufriente, en el hacernos “prójimos”.

El “¿cuándo te vimos?” de los benditos del Padre tiene una profundidad impresionante, rompe las fronteras que los creyentes trazamos con tanta nitidez y fariseísmo entre los “nuestros” y los “otros”, los de “dentro” y los de “afuera”, sobre todo cuando nos las damos de saber quién es quién en el ámbito de la fe y, por lo tanto, a la hora de vivir el evangelio. Menos mal que en la Eucaristía pedimos por los que ha muerto y “cuya fe sólo tu conociste” ¡Cuantas sorpresas en el mundo venidero!

Hay mucha bondad en mucha gente que sin saberlo están haciendo de “cirineos” y “verónicas”, aliviando el sufrimiento de Dios en el mundo. Después de la segunda guerra el Gran Rabino de Roma, Eugenio Zolli, se bautizó en la fe de la Iglesia Católica, una de sus afirmaciones más contundentes ante el Crucificado es afirmar que la “Divinidad es la humanidad Crucificada”, esto es lo que nos dice la parábola del juicio de las naciones de este último domingo del tiempo ordinario.

Está parábola no tiene que disparar en nosotros miedos y temores ancestrales. Jesús no nos engaña. En el evangelio todo se nos dice claro, no hay “ni trampa ni cartón”. Jesús no se queda cartas en la bocamanga, todo es claridad. Él es la Luz del mundo, en nuestro Dios no hay sombra ninguna. No tengamos miedo y seamos compasivos.

Toni Catalá SJ