Sed perfectos

Domingo 7º del Tiempo Ordinario – Ciclo A (Mateo 5, 38 – 48)

De entrada, se me ocurre decir que hay, al menos, dos modos distintos de interpretar esta frase evangélica: uno de ellos, la hace inalcanzable, y si inalcanzable, prescindible y el otro la hace muy sugerente. Obviamente, me voy a centrar en el segundo.

El primero diría así: “sed perfectos, tanto, como vuestro Padre celestial es perfecto” o, de otro modo, “sed tan perfectos como vuestro Padre celestial”: eso, dicho así, es imposible para cualquier persona humana, al menos si lo entendemos como meta; otra cosa es si lo entendemos como horizonte (y de eso algo diré después…). Pero hay una segunda lectura que no pondría la fuerza en el “tan”, sino que pondría la fuerza en el “tal”: “sed perfectos tal como lo es vuestro Padre celestial”. No estaría hablando ya de la cantidad de la perfección, sino del contenido de esa perfección, de lo que cabe entender por la perfección del Padre que nosotros debemos imitar: “que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos”.

Esta segunda lectura sí que me parece, por una parte, muy sugerente y, por otra parte, muy concorde con el contexto de la frase en el Sermón del Monte de Mateo. Porque a lo que está apuntando es a la naturaleza y al contenido de esa “perfección”: que ya no va ligado al cumplimiento perfecto de una ley moral, sino que se sitúa en la  clave del amor y, más concretamente, de la misericordia y la gratuidad en el amor. Perfectos no seremos nunca en esta vida, pero sí que somos llamados a hacer de la misericordia y de la gratuidad en el amor nuestro modo concreto de amar al modo, “tal”, como ama el Padre celestial.

Y aquí quiero introducir una segunda reflexión sobre el tema de la meta y el horizonte. Misericordia, gratuidad…, como otras grandes palabras de la experiencia cristiana, son horizontes de vida, no metas. Hacia el horizonte se camina y no lo llegamos a alcanzar en plenitud nunca en la vida. Pero lo importante es caminar siempre en esa dirección, crecer en misericordia y en gratuidad, profundizar en ellos día a día. Si las tomamos como metas concretas vamos a ir de frustración en frustración.

¿Hay metas? Por supuesto que sí… Pero son metas concretas, verificables, medidas, que nos permiten ir creciendo y madurando en una dirección concreta. Son los gestos concretos de misericordia o de gratuidad que podemos llevar a cabo cada día y que pueden ir purificando nuestro autocentramiento y nuestro egoísmo y hacer que nuestro amor se parezca cada vez un poco más al amor universal y sin discriminación del Padre: el amor perfecto, que es, sí, nuestro horizonte.

Darío Mollá SJ

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