Se marchó al descampado y allí se puso a orar

Domingo 5º del Tiempo Ordinario – Ciclo B (Mc 1,29-39)

Jesús se encuentra rodeado por los abatidos de Cafarnaúm. Le llevan a los que se encuentran mal, a enfermos de cuerpo y espíritu, endemoniados, doloridos, y Jesús los consuela, los alivia, los cura, los fortalece. Acaba de levantar a la suegra de Pedro que estaba postrada, la endereza, la pone en pie, le devuelve su capacidad de ponerse en disposición de servicio, porque ya puede decidir, ya se vale por si misma al recuperar su salud y autonomía.

Jesús tiene éxito, “toda la ciudad estaba reunida junto a la puerta”. Da la impresión de que Jesús no está tranquilo del todo. Es verdad que está aliviando sufrimiento, que es reconocido, que hace callar a los “espíritus inmundos” porque tiene poder sobre ellos, pero Jesús no se regodea de un modo autocomplaciente con sus practicas liberadoras. Siente la necesidad de retirarse, de estar solo, de desaparecer, (“de madrugada cuando era oscuro todavía”), de tomar distancia, de situarse ante ese Dios que, en el bautismo, experimentó como “Padre y Creador” desde su vivencia de radical filiación.

Jesús necesita resituarse al inicio de su misión precisamente porque tiene “éxito” y esa dinámica es muy peligrosa. Tan peligrosa que podría derivar en algo sacrílego como es utilizar el sufrimiento del pueblo para su propio provecho y prestigio, para generar dinámicas de dependencia, para que su ego se hinchara ante tanto reconocimiento. Su “éxito” podría derivar en negocio, en convertirse en un traficante del dolor. Sería atroz pasar de sentirse justificado ante Dios por el cumplimiento de la ley a sentirse justificado por la utilización del dolor de su pueblo.

Jesús termina su tiempo de oración de un modo sorprendente. Ante el “todos te buscan” que Simón y su gente le comunican con mucha satisfacción, Jesús responde de un modo casi cortante: “Vamos a otra parte”. ¿Qué ha pasado en la oración? Me imagino que Jesús experimentó la profunda libertad para seguir curando y actuando el Reino de Dios sin apropiárselo, para aliviar a las criaturas manteniendo en pie su radical dignidad. Jesús no cura para tener más seguidoras y seguidores, sino para que se manifieste la Gloria de Dios. Jesús es compasivo, pero también un hombre libre y limpio de corazón. En el aliviar sufrimiento no hay dobles intenciones. Jesús no alivia para que el aliviado le siga, sino para que Viva.

Jesús se retira a orar desde la implicación con el dolor de su pueblo. No se retira a orar para cumplir con la ley o hacer un ejercicio piadoso. Se retira porque necesita situarse ante el Dios de la Vida para “encontrar y hacer su voluntad”… y su voluntad la va encontrando en practicar la misericordia sin adueñarse de las criaturas. También es verdad que cuando nos implicamos con el dolor de la gente si no nos retiramos a orar, a reubicarnos ante el Dios de la Vida, podemos terminar siendo traficantes del dolor ¡que el Señor nos libre! Ya tendremos ocasión de percibir cómo Jesús, cuando alivia sufrimiento por los caminos de Galilea, siempre le dice al sanado “vete en paz”, “vete a casa con los tuyos”. Jesús se vive desde la gratuidad.

Nos gustaría saber cómo oraba y qué experimentaba Jesús. Es evidente que no vino a darnos cursos de oración, sino que su oración la desplegaba en su modo de estar en la vida. Lo que sí sabemos es que vida y oración en Jesús se trenzaban de un modo fascinante.

Toni Catalá SJ