Acompañar a Jesús hasta la muerte supone que no podemos de ningún modo separar su muerte de su modo de vivir, y menos podemos olvidar que el acceso a Jesús siempre lo estamos haciendo desde la comunidad creyente fundada en la Pascua. Cuando esto se olvida, cuando la cruz se aísla del vivir de Jesús y del Dios al que este invoca como Padre Compasivo, esta se convierte en el altar del sacrificio cruento ofrecido a un dios cruel (“el sádico del cielo” Bloch) que necesita sufrimiento y sangre para sentirse aplacado en su ser ofendido. Es verdad que estas formulaciones hoy no funcionan tal cual, pero no podemos olvidar que una formulación nueva no cambia una práctica de siglos, y la práctica de la cruz, de una espiritualidad de la cruz, sigue estando introyectada como una espiritualidad sacrificial de corte anselmiano
Lo que en el siglo XI fue liberador hoy es causa de rechazo frontal, y con razón, para la conciencia moderna y causa de relaciones con la divinidad crueles, frustrantes y resentidas. En el siglo XI S. Anselmo pudo ofrecer alivio y salvación a un pueblo cristiano, con su teoría de la satisfacción en el Cur Deus Homo, que se vive sin salida bajo los derechos del demonio. S. Anselmo no puede hacer teología sino es con las categorías de su momento, la teología siempre es contextual y tiene que funcionar con lo histórico disponible. Si el ofendido es el Absoluto porque se ha roto por medio del pecado el orden de la creación, y la ofensa se mide por la calidad de la persona ofendida la ofensa es infinita y absoluta y la criatura no la puede reparar. Es el derecho feudal el que esta subyaciendo a este planteamiento, no puede ser en su momento de otra manera. La ofensa tiene que ser reparada en igualdad de condiciones y de status con la persona ofendida. ¿Por qué Dios se ha hecho hombre?: para reparar la ofensa. Jesús, al ser verdadero Dios y verdadero hombre, ofrece un sacrificio de expiación. Este sacrificio de expiación en cuanto que es verdadero Dios tiene un valor infinito y absoluto quedando la ofensa satisfecha. Como es verdadero hombre, uno de nosotros, se nos pueden aplicar los méritos de la satisfacción.
El pueblo cristiano vio posibilidad de salvación, de no quedar instalado en la desolación más atroz y en la sin salida… ¡pero a qué precio más cruel y violento! Es la “metafísica del verdugo” (Nietzche), es la consideración de un dios cruel y violento que exige un sacrificio cruento, que se repite en múltiples sacrificios incruentos, para poder perdonar: realmente es un verdugo que tiene que infligir dolor para acreditarse ante la víctima y dominarla. La violencia de esta imagen está introyectada en muchas conciencias religiosas en la que se sigue percibiendo de una manera u otra que “lo de dios” tiene que ver con el sacrificio, la mutilación, la autoinmolación, la negación de lo humano… Ante este dios no se puede pedir dolor y quebranto, sería insano y letal para la criatura que somos, sería quedar atrapados en relaciones de dominio, sería hacerle el juego al verdugo y los verdugos, ¡no!, nuestro Dios no quiere sacrificios quiere Misericordia.
«Jesús padeciendo en la humanidad. Cristología fundamental», Toni Catalá, sj