Sábado Santo

La contemplación de la pasión y muerte de Jesús nos trae este Sábado Santo hasta su sepulcro. La vida ha sido entregada pero, como el grano de trigo que ha sido sepultado en la tierra, hay que esperar a que sea la lluvia la que fecunde y haga germinar.

El Sábado Santo desbarata nuestras inmediateces en el seguimiento de Jesús. En este día aprendemos que no está de nuestra parte que la vida entregada sea fecunda y de fruto. No basta con que el grano de trigo quede sepultado en la tierra. Deberá contar con la lluvia que será quien lo hará germinar. Y la lluvia puede tardar en llegar.

El Sábado Santo es el tiempo de la espera confiada, de la certeza albergada. Como dice Francisco en La alegría del Evangelio: «Esta certeza es lo que se llama «sentido de misterio». Es saber con certeza que quien se ofrece y se entrega a Dios por amor seguramente será fecundo (cf. Jn 15,5). Tal fecundidad es muchas veces invisible, no puede ser contabilizada. Uno sabe bien que su vida dará frutos, pero sin pretender saber cómo, ni dónde, ni cuándo. Tiene la seguridad de que no se pierde ninguno de sus trabajos realizados con amor, no se pierde ninguna de sus preocupaciones sinceras por los demás, no se pierde ningún acto de amor a Dios, no se pierde ningún cansancio generoso, no se pierde ninguna dolorosa paciencia» (EG 279)