También nos puede ayudar en esta cuaresma y en este proceso de crecer en gratuidad evangélica considerar y examinarnos sobre significados concretos y cotidianos de la gratuidad. Jesús nos muestra en muchos momentos del evangelio qué significa gratuidad. Os propongo contemplar uno de ellos: la curación de la mujer con flujos de sangre tal como nos lo relata el evangelio de Marcos en su capítulo 5, 25-34.
Una mujer que llevaba doce años padeciendo hemorragias, que había sufrido mucho en manos de distintos médicos gastando todo lo que tenía, sin obtener mejora alguna, al contrario, peor se había puesto, al escuchar hablar de Jesús, se mezcló en el gentío, y por detrás le tocó el manto. Porque pensaba: Con sólo tocar su manto, quedaré sana. Al instante desapareció la hemorragia, y sintió en su cuerpo que había quedado sana. Jesús, consciente de que una fuerza había salido de él, se volvió a la gente y preguntó: ¿Quién me ha tocado el manto? Los discípulos le decían: Ves que la gente te está apretujando, y preguntas ¿quién te ha tocado? Él miraba alrededor para descubrir a la que lo había tocado. La mujer, asustada y temblando, pues sabía lo que le había pasado, se acercó, se postró ante él y le confesó toda la verdad. Él le dijo: Hija, tu fe te ha sanado. Vete en paz y sigue sana de tu dolencia.
Sugiero algunos de esos concretos de gratuidad:
1.- No hacer de la otra persona un rodeo para llegar de mí mismo, de donde salgo, a mí mismo como meta, sino hacer del otro y del bien del otro el punto de llegada. No buscarme e a mí mismo ni en la relación con Dios ni en la relación con los demás;
2.- No buscar ni generar dependencias afectivas, sino respetar, mantener y hacer crecer al otro en su libertad. No cobrar ningún tipo de precio. Muchas veces no nos cuesta la gratuidad efectiva, sino la afectiva: la que quiere cobrar en consolaciones divinas o en aplausos, reconocimientos, fidelidades o dependencias humanas;
3.- La perseverancia en situaciones de fe oscura o de oración desolada o también en esfuerzos y servicios cuyo fruto no es el que esperamos o deseamos; la no dependencia del éxito y la no culpabilización (al otro o a nosotros mismos) por el fracaso;
4.- La prioridad en nuestro servicio a quienes más lo necesitan, a los más desvalidos, a los más débiles o desprotegidos aunque sean (normalmente…) los que menos nos compensan o los que requieren un esfuerzo mayor con un resultado menor.
Al modo de Jesús, la gratuidad de nuestro amor devuelve a los otros la dignidad y la fe en sí mismos (“tu fe te ha salvado”) y la libertad (“vete en paz”).