En este retiro proponemos partir de los dos textos que nos ofrece la liturgia en este 30 de enero (sábado de la 3ª semana del Tiempo ordinario)
Hermanos, la fe es fundamento de lo que se espera, y garantía de lo que no se ve. Por ella son recordados los antiguos.
Por la fe obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba. Por fe vivió como extranjero en la tierra prometida, habitando en tiendas, y lo mismo Isaac y Jacob, herederos de la misma promesa, mientras esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios. Por la fe también Sara, siendo estéril, obtuvo “vigor para concebir” cuando ya le había pasado la edad, porque consideró fiel al que se lo prometía.
Y así, de un hombre, marcado ya por la muerte, nacieron hijos numerosos, como las estrellas del cielo y como la arena incontable de las playas.
Con fe murieron todos estos, sin haber recibido las promesas, sino viéndolas y saludándolas de lejos, confesando que eran huéspedes y peregrinos en la tierra.
Es claro que los que así hablan están buscando una patria; pues si añoraban la patria de donde habían salido, estaban a tiempo para volver. Pero ellos ansiaban una patria mejor, la del cielo. Por eso Dios no tiene reparo en llamarse su Dios: porque les tenía preparada una ciudad.
Por la fe, Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac: ofreció a su hijo único, el destinatario de la promesa, del cual le había dicho Dios: «Isaac continuará tu descendencia». Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar de entre los muertos, de donde en cierto sentido recobró a Isaac.
Aquel día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: «Vamos a la otra orilla».
Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba en la popa, dormido sobre un cabezal.
Lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?». Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio, enmudece!». El viento cesó y vino una gran calma.
Él les dijo: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Se llenaron de miedo y se decían unos a otros: «¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!».
Al modo ignaciano, podemos empezar nuestro retiro con tres preámbulos:
El primero es “traer la historia”: una lectura tranquila de los dos textos bíblicos de la liturgia de hoy.
El segundo una composición de lugar. Caer en la cuenta del momento en que nos encontramos: un momento muy difícil en el que ni siquiera podemos juntarnos para tener un retiro en forma presencial; en el que hay muchas personas que están sufriendo en su cuerpo y en su alma; en el que atravesamos un momento muy oscuro de nuestra historia que no sabemos cuánto se va a prolongar ni cómo va a evolucionar… : “se levantó una fuerte borrasca y las olas irrumpían en la barca, de suerte que estaba a punto de anegarse” (Mc 4,37)…
También nosotros estamos ahora mismo en medio de una fuerte borrasca… También muchos de nosotros sentimos miedo…
El tercer preámbulo ignaciano es la petición. Puede ser una doble petición:
Pedir por personas concretas o por situaciones concretas que nos toquen de cerca y que sabemos que están sufriendo especialmente;
Pedir al Señor que nos ilumine para entender y que nos ayude a vivir con fe y desde la fe este momento tan difícil.
Y en ese contexto tan difícil la invitación del Señor es vivirlo con fe. Y nos preguntamos y reflexionamos ¿qué es vivir con fe y desde la fe en este momento?
Es la dimensión de la fe que resalta el texto de la carta a los Hebreos, cuando hace un repaso de la historia de todos los grandes creyentes del Antiguo Testamento. Y es la confianza que Jesús les dice a los discípulos que había esperado de ellos. Aunque no es fácil confiar en medio de la borrasca en un Dios dormido, o como dice San Ignacio, en los Ejercicios “en una divinidad que se esconde” (Ej. 196).
La confianza es confianza en las personas que se ama y que sabemos que nos aman precisamente cuando nos sentimos al límite e impotentes por nosotros mismos o cuando experimentamos que otras “confianzas” en personas o en medios nos fallan. Una confianza que es sabernos en las manos de aquel a quien “obedecen hasta el viento y el mar” (Mc 4, 41). Confianza es apuesta por el amor en medio del temor.
La fe no es sólo una actitud interna, sino es también un modo de situarnos en la vida y en el mundo. Recordaréis aquel famoso libro de hace ya bastantes años cuyo título era “Creer es comprometerse”. Y a partir de aquí nace una pregunta que es especialmente importante para los creyentes, y para cada uno de nosotros en concreto, “¿qué me pide el Señor a mí como creyente en este momento?
Contestar bien a esa pregunta, y más aún en el contexto en el que estamos, nos pide ser muy humildes. Somos lo que somos, podemos lo que podemos y somos pequeños y podemos pocos ante el desafío tan grande que tenemos: “¿qué es eso para tanta gente?” (Jn 6, 9). Pero algo tenemos, algo podemos dar y hacer…
Os invito a leer unas profundas palabras de Benedicto XVI:
“A veces el exceso de necesidades y lo limitado de sus propias actuaciones le harán sentir la tentación del desaliento. Pero, precisamente entonces, le aliviará saber que, en definitiva él no es más que un instrumento en manos del Señor… Hará con humildad lo que le es posible, y, con humildad, confiará el resto al Señor… Nosotros le ofrecemos nuestro servicio sólo en lo que podemos y hasta que Él nos de fuerzas. Sin embargo, hacer todo lo que está en nuestras manos con la capacidades que tenemos, es la tarea que mantiene siempre activo al siervo bueno de Jesucristo: “Nos apremia el amor de Cristo” (2 Co 5, 14)” (Encíclica “Dios es Amor”, nº 35)
Desde la humildad y desde el amor… pidamos la luz y la gracia de Dios para ver cuál puede ser nuestro compromiso en este momento.
San Ignacio propone acabar nuestra oración con un “coloquio” (compartir lo que hemos vivido en la oración) con María, con Jesús o con el Padre… Hoy sábado podemos terminar con un coloquio afectuoso con María, nuestra Madre, Madre de fe, que desde la conciencia de ser una humilde esclava le entregó todo a Dios todo lo que era.
Te proponemos algunos recursos que deseamos te sean de ayuda en este retiro.
Dame una fe sencilla;
como risa de niños cuando juegan,
como gota de rocío que se rueda,
como cruz de rústica madera.Dame una fe sencilla;
que se siente a la mesa de los pobres,
que se alegre de alegrar sus corazones,
y que llore también con sus dolores.Una fe así parecida a ti.
Sencilla como fue a la tierra tu venida;
como fueron tus historias campesinas,
como fue tu hogar en Palestina.Dame una fe sencilla;
para curar con esperanza la tristeza,
para cantar por el perdón en esta guerra,
para avivar el pábilo que humea.Dame una fe sencilla;
que no le da espacio a la mentira,
que no logra acomodarse a la injusticia,
y no calla a lo que sabe que da vida.Una fe así parecida a ti.
Sencilla como fue a la tierra tu venida,
como fueron tus historias campesinas,
como fue tu hogar en Palestina.Sencilla como tu mirada compasiva,
como aquellas aldeas recorridas,
como el amor que te llevó
a dar la vida,
a dar la vida…
A dar la vida.