El pasado 17 de mayo se ha celebrado el día contra la LGTBfobia, es decir, el día contra el rechazo de lesbianas, gays, transexuales y bisexuales. La fecha viene dada en conmemoración de un 17 de mayo de 1990, día en que la Organización Mundial de la Salud (OMS) decidió eliminar la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales. La lectura de ese día de lacarta de Santiago (Sant 4.1-10), decía por casualidad dos versículos más adelante, en 4.12: “¿Quién eres tú para juzgar al prójimo?” Se me invita a dar mi testimonio personal acerca de todo esto y a ello voy, agradecido por esta oportunidad.
Nunca me han gustado los “días de” ni las etiquetas, en un mundo donde todo se etiqueta, cerrando así sus posibilidades. Si digo que soy gay o homosexual, no me siento definido. En buena medida vivimos en un mundo de ideologías empaquetadas. Es decir, si soy gay, en el mismo pack muchos presupondrán que he de ser de izquierdas, ecologista, tolerante, liberal, ateo y, si me apuran, republicano. Y yo, lo siento, no compro el paquete completo. Yo, por ejemplo, intento ser un seguidor de Jesús, aunque su Iglesia no siempre me lo pone fácil. ¿Por qué?
Esto es algo que compartimos muchos homosexuales. En las homilías, en las preces, etc. hace tiempo que los sacerdotes se atreven a interceder en alta voz por prostitutas, drogadictos, presidiarios y demás “pecadores”, pero los homosexuales siguen siendo invisibles, innombrables, excepto para denostarlos. La Iglesia parece seguir la política ya abandonada incluso por las fuerzas armadas estadounidenses, aquello de Don’t ask, don’t tell, “No preguntes, no lo digas”. Esa invisibilidad duele, como duelen las declaraciones recurrentes de tal o cual prelado acerca del orden natural, la doctrina, la moral y toda una larga serie de pesados fardos. Es una Iglesia más madrastra que madre, más clínica privada que hospital de campaña. Vivir la fe como homosexual es una constante penitencia al contrastar tanta condena y juicio facil(ón) con las evidencias que la realidad impone de escándalos sexuales en el seno eclesial. Claro que estoy generalizando y, por definición, toda generalización es injusta. Pero, sí, muchos compañeros de fe homosexuales desertan con dolor de esta Iglesia porque sienten que no les quiere. Como mucho, como putas en silencio, pero nada más.
Mi testimonio va más allá. Ya decía Aristóteles en la Política que la divinidad no hace nada en vano. Lo voy a decir de golpe: Jesús está encantado conmigo, con que sea homosexual. Es más, el Señor me ha dado esto y me dio además un regalazo enorme con el amor de mi vida, y era un hombre. No puedo avergonzarme de ello porque me lo dio Él. Siempre que he orado, meditado, discernido sobre ello en profundidad he llegado a este punto de conocimiento y agradecimiento, cada vez mayor. Jesús me acoge, también tiene un sueño para mí, y sin pedirme previamente un certificado de buena conducta. Y no solo Él. Me he encontrado con muchísimos hermanos que me aceptan y me acogen, que me quieren y comparten conmigo lo que tienen. Ellos también son Iglesia.En mi de tú a tú con el Señor, en espacios comunitarios como el del Centro Arrupe con los jesuitas, en la vida, el Señor me acoge, me invita a seguirle y pone en mi corazón el deseo de acompañarle. En definitiva, seré homosexual, pero soy como todos.
Mikel Labiano