Domingo de Pentecostés (Jn 20,19-23)
Ha sido necesario estar cincuenta días desde el domingo de Pascua celebrando, orando y reflexionando sobre todo lo acontecido en Jesús de Nazaret. Ahora ya podemos “entender” que, en el Evangelio de San Juan, la Resurrección del Señor, el encuentro con los discípulos y el don del Espíritu sean un mismo acontecimiento. “Estiramos” el tiempo para posar lo vivido y entendernos, pero lo que celebramos como único es que la muerte no tiene la última palabra, sino que la última palabra sobre nuestra vida y nuestra historia la tiene la Vida Compasiva manifestada en Jesús.
Muerte es vivir con miedo a la vida y el miedo nos la mata y nos esclaviza. No somos superhombres ni supermujeres, somos simplemente humanos, criaturas vulnerables, y es verdad que sentimos miedo a la muerte física y a la muerte social. Sentimos el miedo a no ser tenidos en cuenta, sentimos el miedo a la soledad, sentimos el miedo a la enfermedad… pero cuando hemos experimentado que lo que está en el fondo de nuestras penas y miedos es la inquebrantable fidelidad del Amor que nos envuelve y abraza, el miedo no desaparece mágicamente, seríamos personas enfermas, pero ya no le otorgamos todo el poder sobre nuestras vidas porque resuena una vez más “la Paz contigo, la Paz con vosotros” ¡Gracias, Jesús!
Muerte es vivir con miedo a Dios. Qué pena y qué dolor mas grande ver a gente buena que sigue aterrorizada ante Dios, ante una posible condena y castigo por su parte. Qué dolor ver a gentes que se siguen autoproclamando representantes de Dios para juzgar y condenar a otras criaturas como ellos. San Pablo nos dice genialmente que el Espíritu que recibimos nos impide recaer en el temor porque nos hace hijos es hijas. El Espíritu Santo es espíritu de libertad y de filiación. Se nos da el Espíritu para generar dinámicas y ámbitos de perdón, nunca para condenar, en este mundo tan endiabladamente complejo. Y cuando no podemos perdonar, somos humanos no somos dioses, podemos “retener” la situación hasta que el Dios Fuente de todo Bien, que tiene la última palabra sobre todo y sobre todos, nos ilumine ¡Gracias, Jesús! No se trata de perdón o condena, sino de perdón y discernimiento.
Muerte es vivir cerrados sobre nosotros mismos. El Espíritu nos abre a la comunidad, a la eclesialidad. El seguimiento no lo hacemos en solitario. Si en Jesús se revela la Paternidad y Maternidad de Dios, a este Dios se le acredita, se le testifica, se hace verdad y se santifica su Nombre en la medida que nos abrimos a la comunidad. Es un Espíritu que nos quiere libres y diversos, cada uno tiene su don, su “chispa de gracia”, no anula la diversidad porque eso sería muerte, no anula las particularidades culturales y personales porque eso sería totalitarismo, sino que es un Espíritu que une lo diverso para que nos reencontremos en nuestra radical dignidad de Hijas e Hijos, la unidad está en nuestra misma humanidad ¡Gracias, Jesús!
Han sido necesarios cincuenta días, y toda una vida, para disfrutar de la Buena Noticia de la Pascua del Señor Jesús, para ahondar en todo lo acontecido en Él. Si hoy después de tantos siglos seguimos sintiendo que nuestros corazones arden, aunque sea un poquito, cuando nos acercamos a Él, es porque su Santo Espíritu sigue aleteando.
Toni Catalá SJ