Vigésimo tercer domingo (Lc 14,25-33)
Dice la sabiduría popular que no se puede estar en la procesión y repicando las campanas. Eso mismo nos dice Jesús en cuanto a su seguimiento. Jesús nos sigue provocando. Esta llamada a la radicalidad provoca en nosotros, cristianas y cristianos urbanos del siglo XXI, mucho desasosiego, mucho malestar e incluso mucha culpabilidad cuando deseamos sinceramente seguir a Jesús.
Esta llamada la percibimos poco menos que imposible de vivir porque Jesús nos dice que hay que “posponerlo” todo a él, ponerlo todo detrás y no en primer lugar: padre, madre, hijas… incluso dejar detrás el propio yo. Por otra parte, el don del Espíritu del Resucitado es pacificación del corazón, alegría y fortaleza… ¿Todo esto no será un galimatías contradictorio?
Jesús nos hace una llamada, una invitación radical a su seguimiento, pero radical no quiere decir estrambótica, chirriante, ni estrafalaria, aunque siempre han existido los “locos” por Cristo. En las primeras comunidades fueron los “profetas itinerantes” que iban sin sandalia, ni alforja; en las iglesias orientales, san Simeón Salós, san Andrés el Loco, beato Basilio de Moscú, los “iourodivi” (locos por Cristo) rusos; en occidente las “locuras” por amor de Juan de Dios, Felipe Neri… El P. Kolvenbach, que fue sabio P. General de la Compañía de Jesús, tiene unas páginas preciosas sobre los “locos por Cristo” en su libro “Decir al Inefable”, enlazar
El seguimiento del Señor es un modo de estar en la vida. Seguirle desde la raíz, radicalmente, es seguirle desde lo más nuclear de nosotros mismos, es desear “anclar”, “enraizar”, “cimentar” nuestra vida en Él y solamente en Él, y esto, entonces y hoy y en cualquier estado de vida y condición cristiana. Seguir a Jesús no es sólo hacer cosas por el Reino de Dios que anuncia, ¡claro que hay que hacerlas!, sino dejarnos conmover por Jesús, el intérprete de Dios, el Hijo del Dios Vivo, la Misericordia de Dios hecha historia que nos trae el Amor Incondicional sobre nuestras vidas.
Experimentar la Incondicionalidad del Amor trae incidencias en el vivir cotidiano. La primera y fundamental incidencia es vivirnos como “criaturas agraciadas”. No olvidar nunca que la vida es un regalo y un don, hoy se nos hace imposible expresar algo así.
El evangelio nos lleva por caminos que van a contracorriente de los caminos trillados de la vida. Si nos preguntan “¿tú quién eres?”, normalmente no sabemos contestar porque lo hacemos desde el “qué”. Y así, solemos decir, por ejemplo, “soy profesor” y la respuesta tendría que ser “no te he preguntado qué profesión tienes sino tú quién eres”. “Soy hijo de fulano o de zutano”, solemos decir, pero “no se trata de saber de qué familia eres, sino tú quién eres”.
Ante estas preguntas tan sólo podemos contestar “tú y yo somos criaturas del Dios de la Vida y nuestro centro está en Él. Esto supone despojarnos de toda apariencia, de querer encontrar seguridad en el rol social. Supone cargar con la cruz de nuestra vulnerabilidad para seguir a Jesús, despojarnos de toda falsa seguridad para convertir nuestro modo de estar en la vida en reflejo de la Misericordia del Compasivo. En ese “posponerlo todo”, encontramos nuestra alegría.
Toni Catalá SJ