Quien deje por mí y por el evangelio… recibirá…

Domingo 28 del Tiempo Ordinario. Ciclo B (Marcos 10, 17-30)

“Dejar” y “recibir” Los dos verbos sobre los que gira el evangelio de hoy, más allá de la anécdota o la historia concreta del personaje que se acerca a Jesús. “Dejar” y “recibir”: dos movimientos constantes en la vida pero que vivimos de modo muy diverso: normalmente nos alegra recibir y nos cuesta dejar. Jesús acentúa esa dificultad: formula “dejar” en presente (deja ya) y “recibir” en futuro (recibirás más adelante). Es bien comprensible la dificultad que experimentan unos y otros, y la que experimentamos nosotros al escuchar este mensaje. ¿Quién me garantiza que si dejo ya recibiré después? Sólo Él: “venid y veréis” (Jn 1, 39).

Esa apuesta por Jesús, ese acto de confianza radical, está en la base del seguimiento del Señor. Eso es lo que Jesús le plantea en el fondo a esta persona que se le acerca, seguramente llena de buena voluntad. ¿Qué es aquello que debe dejar nuestro personaje de hoy? Una doble confianza: la confianza en su propia bondad, en sus méritos: “todo eso lo he cumplido desde mi juventud” y la confianza en sus bienes, que, obviamente, cuantos más se tienen más se apoya uno en ellos: “pues era muy rico”.  Dejar esa doble confianza para confiar en Él. Nuestro personaje no se sintió con fuerzas para eso.

¿Y nosotros qué? ¿Qué renuncias me pide a mí el seguimiento de Jesús? La clave para responder y hacer un discernimiento al respecto nos la da el Señor: “los que ponen su confianza en el dinero”. ¿En qué pongo yo mi confianza? Pienso que la mayoría de los que leemos estas líneas quizá no la pongamos en el dinero o en nuestros bienes materiales… pero a lo peor, como el personaje del evangelio de hoy, sí que la ponemos más en nuestras fuerzas, en nuestros méritos o bondad, en nuestras habilidades, en nuestro “yo”, en definitiva, más que en el Señor.

También a nosotros Jesús nos pide “dejar” y muchas veces nos pide dejar cosas muy buenas, muy legítimas, muy personales pero que nos impiden entregarnos de verdad a Él y a los demás. Hablo, por ejemplo, (con San Ignacio), de afectos: afectos a personas, a lugares, a situaciones, a trabajos que nos pueden ser muy queridos; no sólo campos y casa, sino también “hermanos o hermanas o madre o padre o hijos”… Y éste es un mensaje no sólo para personas consagradas sino para todo seguidor de Jesús.

Lo que se nos está pidiendo es que, por encima de todo, pongamos nuestra confianza en Él. Esa es la profunda sabiduría de la que nos habla la primera lectura de hoy, esa es la sabiduría del creyente: “sé de quien me he fiado” (2 Tim 1, 12): saber de quién puedo fiarme. El Señor no nos quiere dejar sin nada, no nos pide dejar para dejarnos desvalidos, sino para llenarnos de su vida, de una vida en plenitud. Recibiremos, sí: recibiremos vida en abundancia, pero Vida en mayúscula, esa vida que sólo Dios puede dar y que llena, de verdad, el corazón humano.

Darío Mollá SJ