Que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre

Quinto domingo del tiempo ordinario (Mt 5,13-16)

Jesús nos dice que somos la luz y la sal del mundo y esto nos puede llevar, y de hecho ha llevado, al orgullo y engreimiento de creernos importantes y poseedores de la verdad, de la salvación, de la calidad moral por encima de todas y todos. Pero también puede llevarnos al hundimiento de sentirnos llamados a una tarea que nos supera o que no es para nosotros, como veíamos el domingo pasado con las bienaventuranzas.

Jesús a continuación de la proclamación de las bienaventuranzas nos invita a ser sal y luz. No olvidemos que esta proclamación con la que empieza el sermón de la montaña viene después del relato de las tentaciones, y por esas cosas de la liturgia las tentaciones no han aparecido estos domingos. Pasamos del bautismo de Juan a las bienaventuranzas, y es en las tentaciones dónde se nos da la clave para percibir como se sitúa Jesús en la vida y desde qué claves tenemos que escuchar el sermón de la montaña.

Jesús no ha caído en la tentación de tirarse desde el alero del templo para ser “recogido en volandas por los ángeles de Dios”. Israel es el centro de la tierra. El centro de Israel es Jerusalén, la ciudad del Gran Rey, lo más alto el monte de Sión. Allí está el templo y en lo más alto del templo el pináculo. La tentación es perfecta: ¡Jesús exhíbete ante el mundo!, monta un espectáculo y como estás en el centro de la tierra y en lo más alto, la gente aplaudirá y te reconocerá: “apártate de mi Satanás”. Vencer está tentación supone para Jesús que ser “sal y luz” no es asunto de exhibicionismo sino de caminar con él y con la gente por los caminos concretos de la vida. Podemos querer ser sal y luz y no caminar con los que necesitan de vida y de luz y eso es imposible.

Ser “sal y luz” supone reflejar la misericordia del Padre junto con Jesús. No se trata de hacer cosas extrañas, sino que en un mundo tan opaco, tan oscuro, mundo en el que mucha gente no encuentra sentido, gentes que la vida se les apaga por la enfermedad, la soledad, el fracaso puedan encontrar alivio y respiro. El criterio que nos da Jesús para poder vivirnos como “sal y luz” es si las gentes que nos rodean encuentran en nosotras y en nosotros “un algo” que les de que pensar. Un algo quiere decir que no sólo perciben si somos buena gente o no, sino que experimentan gratuidad, “desinterés”, que no somos personas “interesadas” en otra cosa que no sea el alivio en si mismo, que no buscamos otros fines que no sea la gloria del Padre que es que sus criaturas vivan.

Sólo en la medida que estemos persuadidos que “sin él no podemos hacer nada” seremos “sal y luz”. Sólo en la medida que nos dejemos encender por él podremos ser luz para los demás. La luz no es mía. Sólo en la medida que sea él que nos tome como una pizca de su compasión y nos meta de lleno en la vida, sin quedarnos en aleros del templo, seremos sal para los demás: “Cuando alejes de ti la opresión, el dedo acusador y la calumnia, cuando ofrezcas al hambriento de lo tuyo y sacies al alma afligida, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad como el mediodía” (primera lectura).

Toni Catalá SJ