¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!

Domingo treinta y dos del tiempo ordinario (Mt 25, 1-13)

Jesús con mucha ternura, y dolor, percibe que el acontecimiento del Reino no es acogido por Jerusalén con todo lo que ésta implica y significa. Saduceos, levitas, senadores, escribas y fariseos estrictos, rechazan de plano todo lo que Jesús dice y hace. Lo hemos estado contemplando estos domingos. Ante el rechazo Jesús exclama: “!Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la clueca reúne a sus pollitos bajo las alas, pero no habéis querido! Pues mirad, vuestra casa se os quedará desierta…” (Mt 23,3739) Con más ternura imposible se expresa la misión a la que Jesús se ha sentido enviado y la tristeza por su rechazo.

El final es inminente, la crisis se percibe, del Templo no quedará nada y Jesús cuenta ya con la posibilidad real de su propia muerte. Jesús nos muestra ahora en el relato de Mateo cómo situarnos ante el final del tiempo y de la vida, cómo disponernos para vivir el banquete definitivo en el Reino de Dios.

Hoy en nuestra cultura se nos hace muy difícil percibir la hondura de las tres parábolas que ahora nos narra Jesús. La de las doncellas que esperan al novio, la de este domingo, la del encargo de negociar los bienes del hombre que se va de viaje y la parábola del juicio de las naciones. Jesús nos invita a estar “vigilantes”, “a no tener miedo” y a “ser compasivos” mientras esperamos lo definitivo. Los próximos domingos seguiremos con ellas.

Nos resulta difícil porque todos vivimos el tiempo y la vida como si ésta fuera indefinida, como si no tuviera “fecha de caducidad”, como si el progreso fuera indefinido y con recursos, en esta tierra nuestra, para todos y para siempre. Jesús nos avisa que todo es provisional, que lo único definitivo es el Amor incondicional.

Pero el que sea provisional no quiere decir que “como estamos de paso” no vale la pena tomarse en serio la vida y lo que acontece, o vivir la venida definitiva del Compasivo como algo terrorífico y tremendo (¡no alimentemos imágenes arcaicas sobre el futuro de Dios!) Al contrario, porque lo único que tiene futuro es la Compasión, hagamos de este tiempo nuestro un lugar en el que se siga anticipando, en lo cotidiano, el “cielo y la tierra nuevos” en dónde habitará la justicia y la compasión y en la que no habrá llanto ni duelo.

La parábola de las doncellas que esperan al novio no necesita mucha explicación. No se trata de hacer lecturas, como solemos hacer, moralizantes… (“que egoístas son las muchachas que tienen aceite y no son capaces de compartir el aceite con las otras… etc., etc.”) Se trata de vivir vigilantes y despiertos, que no es lo mismo que tensos y angustiados.

“Estad en vela” es el mandato de Jesús. Quien está vigilante, despierto, “espabilado”, no se le escapa la vida, percibe cómo la compasión se sigue tejiendo en los recovecos de lo cotidiano, cómo nuestro Dios (¡ojo que viene Adviento y Navidad!) apuesta por lo pequeño, cómo viene sin hacer ruido, sin anuncios estridentes, sino que sigue caminando con nosotros en el vivir de cada día.

Sólo con que nos serenemos un poco de vez en cuando y demos gracias por lo que el Señor nos regala cada día, y en este tiempo de pandemia no nos podemos descuidar, seguiremos percibiendo cómo el novio está llegando y cómo nos sienta continuamente en su mesa compartida. Eso es lo que deseamos cuando en cada Eucaristía seguimos exclamando ¡Ven señor, Jesús! Este deseo, sabiendo que ya se nos ha dado su Espíritu, nos hace estar despiertos y vigilantes.

Toni Catalá SJ