Si en el evangelio de Lucas es María el personaje principal de la anunciación y del nacimiento de Jesús, y la figura de José se deja un tanto en la penumbra, en el evangelio de Mateo es José el protagonista de estos acontecimientos.
Al hallar a la mujer encinta, José, su esposo, que era hombre justo y no quería infamarla, decidió repudiarla en secreto» (Mt 1,19).
José se presenta como «un justo», esto es, un fiel observante de todas las prescripciones de la Ley, como Isabel y Zacarías que «eran justos delante de Dios, pues procedían sin falta según todos los mandamientos y preceptos del Señor» (Lc 1,6). El drama de José nace del hecho de que, precisamente por «justo», la fidelidad a la Ley le impone denunciar a su mujer infiel.
De hecho, la legislación divina decreta que, en caso de traición, la adúltera «sea sacada a la puerta de la casa paterna y los hombres de la ciudad la apedreen hasta que muera, por haber cometido en Israel la infamia de prostituir la casa de su padre» (Dt 22,20 23).
José se debate entre la observancia de la Ley, que le impone denunciar y hacer lapidar a la mujer infiel, y el amor hacia María, que lo impulsaría a retenerla consigo, no obstante su infidelidad.
A José ni le parece bien sacrificar a María exponiéndola a una muerte segura, ni es capaz de elegir la línea del amor, como había hecho Oseas, el profeta que, de su experiencia de un amor más fuerte que la infidelidad de su mujer, había comprendido que Dios quiere «la lealtad, no los sacrificios» (Os 6,6). Así escoge la vía intermedia: repudiar a la mujer en secreto.
El camino elegido por él se basa en la legislación del repudio, que prescribía: «Si uno se casa con una mujer y luego no le gusta, porque descubre en ella algo vergonzoso, que le escriba el acta de divorcio, se la entregue y la eche de casa” (Dt 24,1).
El leve resquebrajamiento en la observancia radical de la Ley, a favor de un sentimiento de misericordia, es suficiente para que el Señor pueda hacer irrupción en aquellas circunstancias: «Pero apenas tomó esta resolución, se le apareció en sueños el ángel del Señor, que le dijo: -José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte contigo a María, tu mujer, porque la criatura que lleva en su seno viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y le pondrás de nombre Jesús» (Mt 1,20-21).
José renuncia a sus propósitos y, de hombre observante de la ley, comienza a transformarse en hombre de fe.
Dando crédito a este increíble mensaje del ángel del Señor «se llevó a su mujer a su casa; sin haber tenido relación con él, María dio a luz un hijo y él le puso de nombre Jesús” (Mt 1,24-25).
El niño no es llamado, según la costumbre judía, como el padre o el abuelo, y ni siquiera como algún antepasado o pariente de José, sino que, como le ha anunciado el ángel, su nombre será «Jesús» que significa «Yahvé salva».
Con esta ruptura de la tradición, el evangelista quiere subrayar una vez más que el hijo no continúa la línea de los padres, iniciada con Abrahán y que llega hasta José, sino que en Jesús se manifiesta una nueva creación.
Desde el momento en que José acoge la palabra del Señor, su existencia se vuelve ajetreada.Poco después del nacimiento de Jesús, de nuevo el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: -Levántate, coge al niño y a su madre, y huye a Egipto; quédate allí hasta nuevo aviso, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo» (Mt 2,13).
De modo escandalosamente provocativo para los oídos de los judíos, el evangelista presenta la paradoja de su historia: el pueblo de Israel había huido a Egipto, tierra de esclavitud, donde el faraón había decretado la muerte de los hijos de los hebreos y había buscado la libertad en la «tierra prometida» (Bar 2,34). Ahora esta misma tierra se ha convertido en lugar de opresión, de la que hay que huir para librarse de la muerte, decretada por Herodes, de todos los niños de Belén, encontrando refugio en Egipto.
En el exilio, la figura de José se consolida. El «justo», a quien la observancia de la Ley le empujaba a elecciones de muerte, una vez que ha acogido la palabra del Señor, se declara decididamente a favor de la vida, arriesgando la propia vida. Por esto, en su última aparición en el evangelio, el evangelista Mateo lo equipara a Moisés, el salvador del pueblo.
Como «Yahvé dijo a Moisés en Madián: Anda, vuelve a Egipto, que han muerto los que intentaban matarte» (Éx 4,19), igualmente, «muerto Herodes, el ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: -Levántate, coge al niño y a su madre y vuélvete a Israel; ya han muerto los que intentaban acabar con el niño» (Mt 2,20). Y como «Moisés tomó a su mujer y a sus hijos, los montó en asnos y se encaminó a Egipto» (Éx 4,20), así José “cogió al niño y a su madre y entró en Israel” (Mt 2,21).