Porque yo sigo viviendo

Sexto domingo de Pascua (Jn 14,15-21)

Seguimos entre el domingo de la Pascua y el domingo de Pentecostés preparándonos para recibir el don del Espíritu de la Verdad, el Paráclito que se nos dará. Esta expresión griega la podemos traducir por «el que aboga por nosotros, nos asiste, nos apoya». Hasta ahora el apoyo ha sido Jesús en la vida de los discípulos, pero él se marcha, está “sentado ya a la derecha del Padre, vive junto al Padre para siempre”, no está ya con nosotros, por eso dice el evangelio que nos mandará “otro Paráclito que esté siempre con vosotros”: su Santo Espíritu.

Esto que parece una elucubración complicada tiene una traducción muy concreta: Jesús, con perdón, no es una momia, no veneramos un cadáver embalsamado al que hay que visitar haciendo largas colas para rendirle homenaje en no sé qué plazas rojas y mausoleos, como se hace con más de un “príncipe de este mundo” de los que nos han predicado, curiosamente, la libertad. En nuestra fe cristiana se peregrina por devoción no por obligación e incluso cuando se peregrina al “Santo Sepulcro” sabemos que está vacío. Jesús no es un ídolo, es la Vida plena. Jesús no nos ata, no nos fija a él, sino que nos suelta, nos envía a los hermanos. Jesús no quiere dependencias alienantes, nos quiere hombres y mujeres libres.

Jesús es el Viviente, “yo sigo viviendo”, y nos da su Espíritu de Verdad, y la verdad nos hace creativamente libres para poder hacer sus obras y aún más grandes si cabe, nos decía el evangelio del domingo pasado. En el evangelio de Juan se contrapone “la Verdad” con la “Mentira y el Crimen de este mundo” (Jn 8,44).

La Verdad para nosotros suena, normalmente, a contenido doctrinal perfectamente fijado y custodiado por los que se sienten poseedores de ella. La Verdad es todo lo acontecido en Jesús de Nazaret. La Verdad acontece cuando se vive, apoyados por él, en compasión, libertad y acción de gracias. La verdad no está fijada en un libro, sino que siempre está aconteciendo cuando se vive “al aire de Jesús”. Cuando el Espíritu del que “sigue viviendo” nos coloca sus mismos sentimientos en el corazón, entonces se hace la verdad en nuestra vida. Por eso la verdad es un proceso vital no un mero constructo intelectual, la verdad es la “vida verdadera” dirá San Ignacio. La Verdad es Vida y Camino.

Como este mundo nuestro, tan querido por el Dios Abba-Imma y creador, lo hemos roto y desquiciado, es criminal porque se lastima a muchas de sus criaturas, y mentiroso por que se “retiene la verdad en la injusticia” como nos dice San Pablo, tenemos que discernir espíritus. El discernimiento es sensibilidad para percibir si nuestra vida se configura desde el Espíritu de Vida o de mentira. Jesús nos mandará su mismo Espíritu para ayudarnos a caminar en él, con él y por él.

El abogado, el defensor, el que ayuda, el Paráclito es el mismo “Espíritu de Jesús”, “su aire”, “su aliento”, “su ruah” que se nos dará en Pentecostés para que nuestro seguimiento sea Vida y no un rendir culto a “momias” ni quedarnos atrapados en la muerte y sus redes como dice el salmista.

Toni Catalá SJ