Domingo 5º de Pascua – Ciclo B (Jn 15,1-8)
Jesús es el Buen Pastor y la Vid que da vida a los sarmientos para que den fruto. Él es, junto al Padre, la Fuente de la Vida. Este Jesús que vive arraigado en el Padre nos invita a permanecer vinculados a él y así él, permaneciendo también en nosotros, nos da vida en abundancia.
Nuestra tendencia es a desvincularnos del “otro”, sea del Dios de la vida, sea de sus criaturas, sea de la comunidad, de la sociedad… creemos que encontramos nuestra identidad, nuestro fundamento en nosotros mismos y solo en nosotros mismos. Nos desvinculamos y entonces nos “ensimismamos”. La vinculación la confundimos con dependencias y sumisiones, la vivimos como amenaza a nuestra autonomía personal, queremos liberarnos de toda vinculación para encontrar el centro de la vida en nosotros mismos… Somos capaces de estar hundiéndonos, chapoteando hasta la extenuación, pero incapaces, nuestro orgullo nos lo impide, de algo tan sencillo y humano como el decir: “échame una mano que me hundo”.
“Sin mi no podéis hacer nada,” nos dice Jesús. Esto no es prepotencia, nos es jactancia ni arrogancia por su parte. Nos lo dice el que, un momento antes, se ha puesto a nuestros pies para lavarlos, para servirnos; nos lo dice el que, poco después, del lavatorio nos recuerda que “`Paz´ es mi despedida”; nos los dice el que, un momento más tarde, no pide nada para sí, sino que tan sólo nos pedirá que nos “amemos los unos a los otros”. Sin él, sin su mirada compasiva, nos podemos perder como el “sarmiento que se seca separado de la vid” que no sirve para nada.
Estar vinculados a Jesús es la posibilidad real de no generar dinámicas de dominio sobre las criaturas. Está vinculación nos lo impide, como nos impide el sentirnos desprotegidos y caer en dinámicas de egocentrismos fríos, distantes y tóxicos. Esta vinculación nos recupera en nuestra propia humanidad, nos descentra para encontrar la patria de nuestra identidad en la compasión y la fraternidad, en el ámbito del “Padre Nuestro” que Jesús nos revela.
Este permanecer en él nos lleva a la confianza, “pedid lo que queráis, que se cumplirá”. Confianza que no es el infantilismo de pedir a un poder externo que nos evite el vivir, que nos evite la adversidad, que nos evite asumir nuestra propia condición humana. Es un pedir, un desear, un anhelar el que queremos, sincera y hondamente, que nuestra vida se configure desde sus propios sentimientos, que nos mantenga siempre en el amor, en la apertura al “otro”, que nos mantenga en la sensibilidad para aliviar sufrimiento, que nos mantenga en la fortaleza que nos dará su Espíritu, (se va acercando Pentecostés), para auxiliarnos en nuestra debilidad. Cuando pedimos, buscamos y llamamos, la vida siempre se nos va abriendo.
La gloria de Dios, la gloria del Padre es dar frutos de vida abundante y siempre se da gloria a Dios cuando se cuida lo que nos regala para nuestro bien, la casa común, la sensibilidad para tejer relaciones de ternura, “no hay mayor amor que dar la vida por los amigos”. Nos vinculamos a Jesús cuando tenemos la suficiente humildad para decir y reconocer que en solitario nos podemos perder y que necesitamos caminar con él.
Toni Catalá SJ