Pedid… buscad… llamad

Décimo séptimo domingo (Lc 11,1-13)

Cuando los discípulos de Jesús le piden que les enseñe a orar, en el fondo, lo que le están preguntando es: Jesús, ¿cuando te retiras a orar a qué Dios le rezas?, ¿a qué Dios invocas?, ¿en que Dios estás arraigando tu vida? … Jesús se implica compasivamente, se retira a orar y vuelve de esa oración, si cabe, con más entrañas compasivas. Los discípulos están intrigados.

Jesús les responde y nos responde. Lo primero que nos dice es que hay que “Santificar el Nombre”, esta es la clave de toda oración. En la tradición de Israel “Santificar el Nombre” no es cualquier cosa. Es acreditar, testificar, hacer verdad a Dios en el vivir cotidiano. Nos encontramos de lleno otra vez con la compasión. Testificar no es hacer grandes manifestaciones ni parafernalias cultuales. Se trata de dejar que El Santo nos cambie el corazón de piedra por un corazón de carne (“y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne… entonces será Santificado mi Nombre” Ez 36,26ss.)

Que no se profane el Nombre de Dios, que no se tome en vano ni se blasfeme su Nombre supone una oración de alabanza que lleva de los “lugares” de oración (“estaba orando en cierto lugar”) a los caminos de la vida. En este domingo Jesús hace un alto en el camino.

Nosotros solos no podemos. Reconocerlo es un asunto de lucidez y humildad. Disponernos, pedir, desear es reconocer que solos no podemos cambiar nuestro corazón. Esto hoy se nos hace difícil, tendemos a la autosuficiencia. No pedimos porque tememos caer en el alimentar el pensamiento mágico. No pedimos para evitarnos la frustración de que todo siga igual. No pedimos porque nos podemos infantilizar… cuando el pedir para Jesús supone una radical disposición de apertura al Dios Padre-Madre. El pedir supone buscar, el desear dinamiza, nos pone en marcha. Está búsqueda supone riesgo, equivocación, corregir, volver sobre lo andado para encontrarnos con el “reinado de Dios” que viene. Buscar es disponerse para el encuentro. Pedir es llamar, es insistir sin obcecación y porque no… también importunar a Dios, importunar al Misterio Absoluto que no controlamos ni dominamos. Llamamos porque no queremos manipular al Dios de la vida, queremos dejar que él abra la vida.

Jesús nos invita a pedir el “pan de cada día”. Esa petición remite a la gran tradición del Éxodo. Dios quiere a su pueblo libre, pero la libertad aterra, y cayeron y seguimos cayendo en la trampa de añorar la esclavitud. En Egipto éramos esclavos, pero teníamos “ajos, cebollas y ollas de carne”, teníamos seguridad. En el aparato ideológico normalmente somos libres, pero en nuestros corazones esclavos. Pedir el pan de cada día es vivir confiadamente, sin ansiedades, sin búsquedas enfermizas de seguridad… Él va cada día en nuestro mismo caminar. El Compasivo les dio “maná”, tenían que tomar la ración necesaria para cada día porque les prometió que cada día tendrían su ración… Aquellos que no se fiaron retuvieron para el día siguiente y cuando echaron mano se les había agusanado, («Pero ellos no lo obedecieron, sino que algunos dejaron algo para el día siguiente, se agusanó Ex 16). Cuanta sequedad en las comunidades y en la Iglesia por no atrevernos a confiar que él nos conduce por medio de su Espíritu por caminos de libertad.

Sigamos pidiendo no ceder en la prueba, no caer en la trampa. Es tentación seguir a Jesús y al mismo tiempo vivir en el engaño y lastimando a las criaturas de ese Dios Padre-Madre, cuyo Nombre hay que acreditar y santificar.

Toni Catalá SJ