¡Paz a vosotros!

Segundo domingo de Pascua (Jn 20,19-31)

El final de Jesús ha sido muy doloroso para él y muy frustrante para sus discípulos. El sufrimiento de Jesús aumentó al sentirse abandonado y negado por los que él más quería. No tuvieron fuerzas para acompañarlo hasta el final. Se les apoderó el miedo y el abatimiento. En abandono y negación terminó la vida de seguimiento.

Tenemos que ser muy cuidadosos los seguidores y seguidoras de Jesús con los lenguajes que utilizamos en la vida de seguimiento: “hemos optado por Jesús”, “nos tenemos que comprometer con la causa de Jesús”, “tenemos que querer a todo el mundo y hasta el final”… Cuidado que el sujeto siempre es el “yo” y el “nosotros”. Este sujeto personal y comunitario es muy débil, mu falible, muy vulnerable. En este tiempo largo, muy largo, de confinamiento experimentamos también muchas dudas y debilidades en nuestra vida de seguimiento, esto no nos tiene que sorprender ni asustar.

Lo que impresiona del evangelio de este domingo, a medida que pasan los años me resulta más impresionante, es que Jesús Resucitado retorna sobre los que lo abandonaron y negaron sin reproches, sin resentimientos, sin afearles su incoherencia, sin hundirlos en la culpa, sin cebarse en su debilidad. Jesús retorna pacificando, ¡la paz con vosotros!, alentando, bendiciendo, sanando, fortaleciendo. Ahora se “llenan de alegría”, se sienten queridos. Jesús los quiere, cuenta con ellos, los convoca, los envía, los hace amigos y compañeros. En el Amor de Dios no hay absolutamente ningún resentimiento ni reproche, sino tan sólo una tremenda capacidad de darnos Vida.

Sólo el sentirse queridos les cambia su modo de estar en la vida. No son ellos los que estaban dando la vida por Jesús, sino que es Jesús el que ha dado su vida por ellos. En este dar la vida y amor hasta el extremo les ha mostrado la incondicionalidad del Padre Nuestro Compasivo, desde el que Jesús se vivió, sobre sus vidas. No les llama débiles, traidores, pusilánimes, cobardes… les llama, nos llama, amigos y hermanos. En estos días de confinamiento también Jesús se hace cargo de nuestras dudas, debilidades, incoherencias, no nos pide lo que no podemos dar, tan sólo nos pide que confiemos, que permanezcamos, que aceptemos nuestros límites pero que confiemos en el Amor Incondicional.

Tomás no confía en sus compañeros, permanece en el bloqueo y en la cerrazón, la alegría de los otros incluso parece que le molesta. El Señor es bueno y vuelve a retornar pacificando, pero lo que le muestra a Tomás no es un aura de gloria sino su cuerpo llagado y traspasado, su cuerpo ultrajado por los que creían que le hacían un favor a Dios y aseguraban la estabilidad de la nación. Al tocar este cuerpo, Tomás se abre al Viviente y recupera la Confianza en los hermanos.

Que gran verdad es que cuando nos encerramos en nosotros mismos, cuando dejamos de confiar en las hermanas y hermanos, no olvidemos que en la comunidad cristiana nos apuntalamos entre todos, cuando entramos en ese bucle de regodeo en las propias carencias, basta que alguien nos empuje a palpar el dolor de los cuerpos sufrientes, no para hurgar sino para aliviar, y acabar diciendo como Tomás: ¡Señor mío y Dios mío!

Toni Catalá SJ