No tengas miedo, María

Domingo 4º de Adviento. Ciclo B (Lc 1,26-38)

“Alégrate, no tengas miedo, La sombra del Altísimo te cobija, estás llena de gracia María”. Contemplar este relato pacifica el corazón, alegra. Consuela el oír las palabras del mensajero, del Ángel de Dios, en estos momentos de tanta crispación y estridencia. La escena de la Anunciación nos los dice todo del Dios de la Vida. Manda su mensajero sobre una criatura que se sobrecoge ante lo imprevisto, sobre una criatura absolutamente irrelevante para los que viven en palacios y templos. Una criatura, María, que es una de tantas mujeres de la casa de Israel.

No hay ninguna violencia en este relato, nada que ver con las visitas de los dioses a lo humanos, casi siempre violadoras y violentas en los relatos primordiales de diversas culturas. Al contrario, poco menos que el mensajero pide permiso, no coacciona, su mensaje comienza con una invitación a la alegría. María de Nazaret se turba, se descoloca, se sobrecoge. No podía ni imaginar que el Dios de los Padres y Madres de su pueblo iba a trastocar sus entrañas de tal manera que quedarían configurada para siempre por la compasión y la misericordia. No podía sospechar que se convertía para siempre “en causa de nuestra alegría” y consuelo para las hijas y los hijos de la aflicción (“consoladora de los afligidos”)

Cuando el evangelista Lucas y sus comunidades miran hacia los orígenes de Jesús, cuando desde todo lo vivido y acontecido en él (su vida compasiva, su muerte ignominiosa, su Pascua pacificadora), empiezan a responder con hondura a la pregunta que Jesús en su momento lanzó a los discípulos en Cesarea de Filipo, y que quedó grabada en la memoria de los primeros y primeras -“vosotros quién decís que soy yo”- contestan narrando la Anunciación a María: tu eres el hijo de María, el Cristo de Dios, el Hijo del Dios Vivo. Nunca olvidaron que el Hijo de Dios-con-nosotros es el hijo de María.

Confesar al mismo tiempo de Jesús su filiación del Dios de la Vida y su filiación de María de Nazaret, es una osadía, un atrevimiento, es “una locura y una necedad”, al igual que dirá San Pablo de la cruz de Jesús. Locura para aquellos que no quieren que “dios” se trabe con nuestra condición humana, débil y vulnerable. Necedad para aquellos no se conmueven ante la aflicción de la gente. Un Dios trabado con la carne y la sangre de una criatura del pueblo trae consigo unas consecuencias tan insospechadas que la mayoría las tenemos por explorar.

Cuando María expresa su impotencia para parir misericordia porque no puede, con la virginidad de María nos podemos identificar todos lo bautizados y bautizadas que experimentamos que nosotros solos no podemos parir nada que valga la pena para la gente, se siente pacificada y fortalecida: “No temas María que no es asunto tuyo, deja que tus entrañas se configuren compasivamente”. No temas Zacarías, no temáis pastores, no temas Pedro, no temas rebaño pequeño… No temamos y dejemos que nuestras entrañas se configuren desde el Compasivo. Se nos ha dado su Espíritu que viene siempre en nuestro auxilio. No temamos mezclarnos con la carne y sangre del mundo, primordialmente con los afligidos y afligidas.

Toni Catalá SJ