Domingo 12 del Tiempo Ordinario – Ciclo A (Mateo 10, 26 – 33)
Por tres veces se repite en el evangelio de este domingo esta llamada de Jesús a no tener miedo: no tener miedo a proclamar el evangelio, pese a las incomprensiones; no tener miedo a las amenazas o persecuciones; no tener miedo a confesar a Jesús. Son palabras dirigidas a las primeras comunidades cristianas impactadas por la muerte de Jesús y creciendo en un ambiente hostil. Por tanto, con un miedo bastante lógico y comprensible.
El “no tengáis miedo” se repite con frecuencia en toda la Escritura, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. ¿Qué conclusiones podemos sacar de este hecho, de esta repetición? Al menos dos: el miedo es una emoción normal e incluso frecuente en las personas humanas cuando se vislumbra una causa u ocasión de sufrimiento; el miedo, ni no se controla o domina, es muy peligroso porque bloquea, paraliza, induce a la toma de decisiones erróneas. Esas dos razones, su frecuencia y sus efectos, explican la reiteración de las llamadas a no “tener” miedo. Que yo entiendo que no es tanto una llamada a no tener miedo (algo natural), sino a no dejarse llevar por el miedo.
La argumentación de Jesús para hacer frente al miedo es la confianza en el Padre. Ni un solo gorrión cae al suelo sin que lo disponga el Padre: “por eso no tengáis miedo: valéis más vosotros que muchos gorriones”. Si queremos volver en positivo legítimamente la llamada de Jesús en el evangelio de hoy, nos dejaría una pregunta: ¿Cómo vas de confianza en el Padre? No tener miedo es tener confianza.
Seguimos preguntando: ¿qué es lo que nos hace tener confianza en alguien? La convicción de que aquel en quien confiamos tiene dos cosas que compensan nuestra fragilidad, nuestra debilidad o nuestra inseguridad: nos ama y tiene poder y fuerza sobre aquello que nos amenaza. Radicar nuestra confianza en el Dios que Jesús experimentaba como Padre, pide que hayamos experimentado en primera persona el amor que Dios nos tiene y que, incluso en el límite del dolor, podamos decir con Jesús “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas, 23, 46).
El “no tengáis miedo” del evangelio de hoy es una invitación a cuidar nuestra experiencia de Dios, a reconocer y agradecer su presencia en nuestra vida. Una presencia que es cierta, aunque muchas veces no seamos capaces de reconocerla y agradecerla. Una invitación a cuidar la experiencia de sabernos en sus manos, manos que cuidan y sostienen, mediando tantas manos humanas que nos acarician en la tristeza, que nos cuidan en el dolor y que nos levantan cuando caemos. No vivimos solos ni afrontamos solos los desafíos de la vida. Y cuando también esa convicción se pone en cuestión, nos queda rezar, pedir la gracia, la inmensa gracia, de la confianza.
Darío Mollá SJ