No es lo mismo tener metas que tener horizonte

Metidos como estamos en Valencia en plenas Fallas queremos acercarnos a la figura de san José y lo hacemos recordando que en la Eucaristía con la que el Papa Francisco daba inicio a su ministerio se celebró en la Fiesta de san José. El Evangelio que se proclama en ese día le sirvió para recordar la misión que José recibe del ángel: custodiar, cuidar de María y de Jesús. Es el horizonte de vida que se le propone. No es algo que descubra por sí mismo sino que le es revelado y mostrado.

Y es que no es lo mismo tener metas que tener horizonte. Podemos tener metas y haber perdido el horizonte, el norte. El horizonte es el “hacia dónde encaminarnos”, es la dirección hacia la que nos sentimos movidos e impulsados como fuerza que nos atrae. José escucha y da crédito a las palabras que le dice el ángel y acoge ese horizonte que se le propone: cuidar del otro, cuidar de María y de Jesús.

Contemplar el Evangelio que se nos propone en la Fiesta de san José es la ocasión para recuperar esa dimensión que reconocemos en él: la capacidad de escuchar más allá de lo que es capaz de decirse a sí mismo. Y es que hay momentos en que nos encontramos con palabras que no surgen de la propia reflexión o introspección sino que, inesperadamente, nos las encontramos como una inspiración que se nos muestra provocando asombro y desconcierto. Nos encontramos ante lo inesperado e inimaginable. Palabras que son una invitación y, muchas veces, una provocación a algo más de lo que cada uno se imaginaba.

José escucha y se implica en la situación de María yendo más allá de lo razonable, rompiendo las barreras de las lógicas previsibles, de los planes inamovibles y se sitúa en el ámbito del amor que asume y se hace cargo de la situación del otro. En palabras del Papa Francisco, José aparece “como un hombre fuerte y valiente, trabajador, pero en su alma se percibe una gran ternura, que no es la virtud de los débiles, sino más bien todo lo contrario: denota fortaleza de ánimo y capacidad de atención, de compasión, de verdadera apertura al otro, de amor. No debemos tener miedo de la bondad, de la ternura”.

En José reconocemos esa ternura que Jesús mostrará en su encuentro con abatidos y desquiciados, con tullidos y estigmatizados. Es la ternura que se hace cargo del otro, que no descarta ni se muestra indiferente. En Jesús la ternura se convertirá en implicación compasiva con el sufrimiento concreto del otro. Es la ternura que no soportarán los de siempre, los de la Ley y el Templo.