Nadie las arrebatará de mi mano

Cuarto domingo de Pascua (Jn 10, 27-30)

Considerar a Jesús como el Buen Pastor no es asunto de poesía bucólica y pastoril es un asunto demoledor. Muchas veces olvidamos que para Jesús el «Buen Pastor» está en contraposición con el «asalariado». Esta contraposición Buen Pastor-asalariado es la clave para disfrutar de la Buena Noticia. En este mismo capítulo 10 de Juan, Jesús nos dice que al asalariado, aquel que tiene una relación contractual con “dios”, no le interesan ni le importan las ovejas, no le importan las criaturas, sólo le importa lo suyo. Es una relación en la que sólo interesa la propia salvación. Si cuido al enfermo no es que me importe mucho el enfermo, me interesa que me pagues el “sacrificio” de cuidarlo. Si “aguanto a los alumnos” no es porque me interesen mucho, me interesa que me pagues el “sacrificio” de aguantarlos… pobres enfermos y pobres alumnos. ¡Misericordia quiero y no sacrificios!

Lo que vive y hace el asalariado es un decir, con la palabra y el modo de estar en la vida, “Dios yo cuido de tus ovejas pero para que pagues el trabajo, pero tus ovejas no me importan, me interesa la paga”. Que peligrosa, terriblemente peligrosa, es la expresión “esto lo hago por Dios”. ¿Qué Dios es ese? ¿Es un amo o es Padre-Madre nuestro? No es lo mismo en absoluto. Jesús nos dice sin ningún adorno ni ambigüedad: “el asalariado cuando ve venir el lobo, echa a correr porque a un asalariado no le importan las ovejas” (Jn 10, 12-13). Mucho cuidado cuando decimos que esto lo hago por Dios… se pueden enmascarar intereses terriblemente egoístas.

En este tiempo de Pascua en que celebramos que el Crucificado es el Resucitado tendríamos que pedir la gracia de ”no separar lo que el Cristo vino a unir”. Aliviar al Crucificado, cuidar con ternura y misericordia de las ovejas, especialmente de las más crucificadas, es aliviar al mismo Dios, “a mí me lo hicisteis”.

Sólo desde esta fidelidad experimentada en Jesús, las primeras comunidades empezaron a barruntar que ese Buen Pastor que no ha huido ante la adversidad, nos acompaña siempre (segunda lectura). “El que acampa entre nosotros” nos conduce hacía la tierra en la que no habrá hambre ni sed, en la que el bochorno no hará daño. Comparte nuestra vida porque él es “la fuente de aguas vivas”. No podemos permitirnos el lujo de desactivar la esperanza en este mundo nuestro tan abatido.

Cuando creemos los cristianos que Dios es una propiedad nuestra, que lo tenemos atado por relaciones contractuales del tipo que sean ¡cuidado! Podemos rechazar la novedad del Evangelio, sería una pena, eso es lo que nos quiere avisar la primera lectura.

Toni Catalá SJ