“Misericordia quiero y no sacrificio” (Mt 9,13) es la cita propuesta por Francisco en su Mensaje para esta Cuaresma que iniciamos en este Miércoles de Ceniza. Una reflexión que se enmarca dentro del Año de Misericordia en el que nos vamos adentrando poco a poco y en el que Francisco vincula la misericordia con las obras de misericordia: “ellas nos recuerdan que nuestra fe se traduce en gestos concretos y cotidianos, destinados a ayudar a nuestro prójimo en el cuerpo y en el espíritu, y sobre los que seremos juzgados: nutrirlo, visitarlo, consolarlo y educarlo.”
Las obras de misericordia dan forma, por tanto, a una fe que se traduce en implicación con la situación del otro, especialmente, en sus necesidades y sufrimientos. La misericordia lleva implícito un posicionamiento ante el otro ante el que ya no cabe desentenderse. Lo recordaba el propio Francisco en su homilía durante el viaje que realizó a la Isla de Lampedusa: “Hoy nadie en el mundo se siente responsable de esto (inmigrantes que mueren ahogados); hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna; hemos caído en la actitud hipócrita del sacerdote y del servidor del altar, de los que hablaba Jesús en la parábola del Buen Samaritano: vemos al hermano medio muerto al borde del camino, quizás pensamos “pobrecito”, y seguimos nuestro camino, no nos compete; y con eso nos quedamos tranquilos, nos sentimos en paz.”
La misericordia que se traduce en implicación concreta es lo que nos presentan de Jesús los Evangelios. Una implicación que generará conflicto y enfrentamiento con el poder religioso y político. Una implicación que pondrá en alerta a los guardianes del sistema provocando que maquinen todo tipo de estratagemas para acallar y quitar de en medio a Jesús.
La misericordia molesta porque denuncia, pone en evidencia y cuestiona un sistema que genera sufrimiento y dolor. La misericordia es una forma de estar en la vida, de situarse ante la realidad que pide un cambio, una conversión… quizá por eso preferimos los sacrificios que tranquilizan a la misericordia que nos implica, como a Jesús le implicó.