Llegan a Jerusalén y Jesús quiere celebrar la Pascua con su gente sabiendo que todo está muy enrarecido; el desconcierto de los suyos, los letrados y fariseos duros que no lo soportan, la gente del templo que va a por él y Jerusalén tomada por Roma para que no haya revueltas aprovechando la riada de gente que acude a las fiestas. En medio de todo ello, Jesús tiene la certeza de que «el momento está cerca». Así nos lo presenta el evangelio de hoy (Mt 26,14-25)
El Miércoles Santo es afrontar el conflicto, no escabullirse ni evitarlo. Jesús descubre que sólo pasando por la prueba de dolor con los dolientes se puede barruntar la luz. A estas alturas ya sabe que el amor es pasión y que un amor no vapuleado por el desgarro no es amor, es cinismo.
El Miércoles Santo es ser confrontado con la certeza de que en la vida no hay atajos. Jesús está viviendo a fondo que el Dios que ha reconocido como Fuente de la Vida lo lleva a la comunión compasiva con los sufrientes. Dios no interviene para evitar la adversidad, esa no es la actuación del Compasivo. Sin atajos, Jesús se adentra en la oscuridad y la tiniebla de la condición de los abatidos y sufrientes. Y en esos momentos, hace suya la oración de todos ellos: «aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan»