El Evangelio de este domingo nos recuerda la palabra de Jesús a no temer a aquellos que meten el miedo en el cuerpo. Es una estrategia efectiva para doblegar y someter, para dominar y paralizar. Una estrategia que se cuela de mil maneras: el chantaje, la coacción, la manipulación…
La maldad de algo así radica en el sentimiento de superioridad y la sensación de poder que la alimenta. Es una burda estrategia que, empleada con descaro o con sutileza, es capaz de meter miedo en el cuerpo de las personas y de las sociedades. Para ello es necesario localizar ese punto débil que todos tenemos, aquello que si nos lo tocan, nos desestabiliza, abriendo la caja de Pandora de nuestros fantasmas. Es ese punto que nos hace profundamente vulnerables y ante el que nos creemos indefensos.
Funciona en las relaciones personales y funciona en las relaciones sociales. Es el miedo que nos han metido ante la supuesta «invasión» de inmigrantes y ahora de refugiados. Antes nos iban a quitar el trabajo, ahora la seguridad. Ambos discursos han colado y han conseguido paralizarnos y blindarnos como sociedad. Sería todo un ejercicio de lucidez el desenmascarar esos discursos interesados que emanan del orden establecido para poderles hacer frente. Así lo afirma Francisco: «Me pregunto si somos capaces de reconocer que esas realidades destructoras responden a un sistema que se ha hecho global.»
Frente a los lobbies y grupos de presión, está la alternativa de las comunidades que Francisco pone en valor cuando se dirigía, en 2015, a las movimientos populares: «Me atrevo a decirles que el futuro de la humanidad está, en gran medida, en sus manos, en su capacidad de organizarse y promover alternativas creativas».
La cuestión no es sólo que nos metan el miedo en el cuerpo sino que, una vez conseguido, acaban matando el alma al empujarnos a la deshumanización.