Meditándolas en su corazón.

Solemnidad de Santa María Madre de Dios (Lucas 2, 16 – 21)

En este domingo, a los ocho días de la Navidad, la Iglesia centra su mirada en María como Madre de Dios. En la breve escena del evangelio de Lucas que contemplamos no se nos transmiten, como en otros lugares del mismo evangelio, palabras de María, sino que se nos habla de actitudes de María.

La actitud inicial de la que nos habla el evangelio de hoy es la de un asombro vivido en el silencio ante lo que está sucediendo y contemplando. Seguramente pocas cosas de las que estaban sucediendo en relación con el nacimiento de su hijo, o quizá ninguna, sucedían como María pudo haber imaginado en algún momento. Todo transcurría de otro modo: desde las circunstancias concretas del nacimiento hasta los hechos posteriores: los pastores, Simeón y Ana en el Templo, los magos, la huida a Egipto… Y María acogía en el silencio ese modo de hacer de Dios tan sorprendente, tan extraño…

Ese acoger silencioso de María al hacer de Dios el evangelista lo define con una frase: “meditándolas en su corazón”. No es un silencio ocioso o vacío: es el silencio de la meditación. De quien se para a captar los detalles, de entrada incomprensibles, y los va guardando en su interior para acogerlos, saborearlos y dejar que el tiempo vaya aclarando lo que de entrada sorprende. Se medita, meditaba María, “en su corazón”. ¡Qué preciosa definición de la meditación! No es una actividad intelectual, sino una actividad afectiva: es acoger dentro de nosotros, en nuestro corazón, el misterio de Dios.

En ese “meditar en el corazón” es donde María fue creciendo en sabiduría; es el proceso por el que la sencilla, asustada y generosa muchacha de Nazaret va profundizando en el misterio y la sabiduría de Dios, cuyos caminos no son casi nunca los nuestros. Y así seguirá durante toda su vida. Desde Belén hasta el Calvario, María es la mujer que “medita en el corazón”. Es ese “meditar en el corazón” el que va a dar a María la capacidad de acompañar después a los discípulos, especialmente en los momentos difíciles, especialmente en los momentos de la turbación, la soledad y el desánimo que siguen a la terrible experiencia de la pasión y muerte de Jesús.

Aprender de Dios, aprender sobre Dios… el método nos lo enseña María: “meditar en el corazón”.  Sin esa experiencia no va a ser posible que acompañemos a las personas en los interrogantes y los desafíos de la vida. Sin la profundidad que da a nuestras vivencias y a nuestras palabras el “meditar en el corazón” difícilmente llegaremos al corazón de quienes esperan de nosotros palabras de luz, consuelo o esperanza.

Darío Mollá SJ