Jesús quiere irse a orar después de cenar, está inquieto, tanta adversidad nota que lo está llenando de angustia. La dureza de corazón acecha y es espesa y viscosa, amenaza como una red de muerte, como un lazo del abismo. En la misma cena uno de los suyos ha tenido un comportamiento inquietante y se ha marchado antes que todos. Algo se está tramando y muy serio. Jesús se lleva a orar consigo a Pedro, con el que se enfrentó a propósito de su mesianismo, y a Juan y Santiago, que le pidieron los primeros puestos, al huerto de Getsemaní. Jesús se traga que en la vida no hay atajos, que el Compasivo lo lleva a la compasión solidaria, a la comunidad compasiva con los sufrientes.
Dios no interviene para evitar la adversidad, esa no es la actuación del Compasivo. El Compasivo es el que lo adentra en la oscuridad y las tiniebla de la condición de los abatidos y sufrientes. Jesús acompañó la soledad de la viuda, ahora se la está tragando él, todos los abandonan y no interesa a nadie; Jesús alivió a los abatidos y postrados, ahora él está abatido y postrado; Jesús alivió a los endemoniados, ahora experimenta cómo lo consideran actuando por obra de Belcebú; Jesús abrazó a los pequeños, ahora se siente desprotegido hasta por el mismo Dios en el que confió; Jesús se está sumergiendo en el mar de la vida, hasta ahora ha practicado la Compasión, ha sanado y aliviado, ahora es él el que necesita fortaleza, alivio y compasión.
En la comunidad Compasiva con los perdedores y las victimas experimenta que sólo pasando por la prueba de dolor con los dolientes se puede barruntar la luz. El ángel de Dios lo consuela, no le evita el trago sino que lo fortalece en su implicación compasiva hasta el final. Dios no está fuera de lo que está aconteciendo, Dios no está arriba en los cielos indiferente y apático. Jesús, sumergiéndose en el mar del dolor, asumiendo el infortunio de los Santos Inocentes, los perdedores, las victimas, está experimentando que el amor es pasión. El amor no ensuciado y vapuleado por el desgarro no es amor es cinismo.
A Jesús lo detienen, lo torturan y lo juzgan. Ellos lo abandonan, ellas se quedan cerca; después lo despojan de su dignidad, lo humillan y lo violan en lo más nuclear de su ser criatura. La casta saducea lo juzga y lo condena por blasfemo, no soportan todo lo que Jesús ha dicho y hecho, es muy peligroso para la pirámide del sacrificio que es el Templo. El lugar de la Presencia que alimentaba las esperanzas de Israel se ha convertido en cueva de bandidos, el templo lo gestionan los traficantes del dolor, aquellos que necesitan victimizar en nombre de Dios para que la reparación de su estigma repercuta en ganancia para ellos, es un círculo infernal que Jesús ha querido romper pero que al final se lo traga.
Al imperio le interesa lo suyo: el orden público y los impuestos. No quiere conflictos y menos por cuestiones supersticiosas internas de los países ocupados, pero el poder religioso le pide al Imperio que intervenga. Hay riesgo de insurrección y si no interviene, el centro del Imperio será informado. Total, qué importa un crucificado más, la vida no vale nada, lo importante es la estabilidad. Elites sacerdotales y potencia ocupante se ponen de acuerdo. Un poder condena y otro ejecuta. Así de sencillo y criminal.
Crucificado como maldito de Dios, en tierra de nadie pues no merece ni morir dentro de la ciudad santa. Solidario con los sufrientes y los malditos. Dureza y más dureza de corazón, le dicen que baje de la cruz, que se salve, no saben que Jesús desde dentro, desde lo más suyo, está dando su vida, y que no baja de la cruz porque se ha puesto en manos del Compasivo. Le quitan la vida pero Jesús la está dando, no genera violencia, ni resistencia porque hasta el final Jesús se negará a generar sufrimiento, el clavo del mal no se quita con mal, la violencia no se elimina con violencia, el dominio no se derrumba con otro dominio. El Dios desde el que se ha vivido como Fuente de la Vida no puede generar muerte, el Dios de la Compasión no puede generar odio, el dios de la Misericordia no puede acreditarse con venganzas, el Bendito no puede maldecir, el Santo no puede generar más infiernos. Víctima con las víctimas, dando un fuerte grito expiró. Silencio espeso, sus compañeras están cerca, las únicas que lo han seguido acompañando, hacen duelo y lloran, hacen comunidad compasiva con el crucificado. Como oveja llevada al matadero ha ido a la muerte, como un cacharro inútil lo han tratado, sin justicia se lo han llevado.
Todo se tambalea, el grito de Jesús es el grito compartido en el matadero de la historia con el grito de innumerables víctimas, pero está ocurriendo algo nuevo, pues a partir de ahora el Crucificado y los crucificados están en el corazón del Compasivo, las víctimas dejarán de ser los chivos expiatorios del orden socio religioso y político, los templos se harán problemáticos, los velos de los Lugares Santos se rasgarán, se recoserán y se volverán a rasgar, es un camino sin retorno… se hará difícil hablar de Dios para legitimar el poder opresor. Por supuesto se seguirá haciendo, pero la memoria de la pasión será un aguijón en el corazón de todo discurso religioso, ya no será posible prescindir de las víctimas, siempre estarán incomodando. La sangre de Abel seguirá clamando…
Todo ha terminado. Silencio en el corazón del Compasivo, dolor, la fe de Israel percibió que al Señor le duele la muerte de sus fieles. En la comunidad de llanto y de duelo ellas mantienen el recuerdo de todo lo vivido con Jesús, ellos se han dispersado, todo huele a fracaso, negación, traición y debilidad, han herido al pastor y se han dispersado las ovejas.
Toni Catalá SJ