Más allá de las dicotomías sobre la educación

Campañas electorales y cambios de gobierno son un suelo fértil para la política de la dicotomía, tan en boga en estos tiempos. Las consignas perfilan nuestra política como las trincheras una guerra de posiciones. En el ámbito educativo, el debate acerca de los conciertos educativos también está marcado por la bipolaridad.

Quienes apuestan por la desaparición de los conciertos educativos aducen que ésta es necesaria para sostener el carácter público de la educación. Por su parte, quienes apuestan por mantenerlos pretenden defender la libertad de elección de los padres y la promoción de la diversidad. Como la mayoría de los colegios concertados pertenecen a organizaciones de la sociedad civil de carácter religioso, se añade a la liza la tensión entre la secularización y la persistencia de cosmovisiones metafísicas en el ámbito público.

Me gustaría sugerir una discusión acerca de los conciertos educativos que no se ajuste a estos esquemas, no es mi ánimo convertir a nadie, tan sólo que experimentemos juntos con la posibilidad de escapar a las dicotomías.

No estoy conforme con quienes pretenden la supresión de los conciertos porque su argumentación identifica lo público y lo estatal. Tampoco comparto el argumento usual en la defensa de los conciertos porque creo que representa una comprensión muy reducida de la libertad y no atiende al verdadero valor de estos proyectos educativos.

Reducir el carácter público de la educación a la titularidad estatal de los centros se enraíza en una concepción de la política de reconocido abolengo. Esta concepción ve en el Estado el único garante de la publicidad ­de la solidaridad y de la cohesión social­ frente a la privacidad ­el egoísmo y la desigualdad­ propia de la sociedad civil.

Los liberales han criticado esta postura defendiendo la eficiencia de los mercados para proveer bienes sociales frente a la ineficiencia del Estado. Me interesa más sin embargo la crítica que ha surgido desde la propia izquierda a la confusión entre lo público y lo estatal. Desde el último cuarto del siglo XX, la izquierda ha reconocido la capacidad de la sociedad civil para promover fines públicos. Creo que ninguna teoría y ninguna práctica política emancipadora en el siglo XXI es sostenible si no reconoce la dimensión pública de la sociedad civil. Por tanto, sostengo que también en el ámbito educativo es importante reconocer la potencialidad de la sociedad civil para promover fines públicos. Por ejemplo, la sociedad civil valenciana generó desde el ámbito educativo la promoción del uso de la lengua valenciana en la educación.

Los cristianos defensores de los conciertos educativos harían mejor en hacer valer la dimensión pública, enraizada en la sociedad civil, de sus proyectos educativos y no insistir tanto en la endeble postura de la libertad de elección. El argumento de la libertad de elección, tan liberal, resulta un enfoque demasiado individualista, muy limitado a la cuestión de las preferencias morales acerca de los proyectos de felicidad. Este argumento omite la otra vertiente de sus proyectos: la dimensión pública de sus valores universales de justicia, coherentes, cuando no inspiradores, de nuestra Constitución y de las declaraciones de derechos a las que ésta remite.

Algunos críticos con mi posición alegarán que una cosa es, atendiendo a mi argumentación, reconocer el carácter público del movimiento Escola Valenciana y otra bien distinta es reconocérselo a los colegios concertados religiosos. Esta cuestión es relevante: una parte de la beligerancia contra la concertación tiene más que ver con el hecho de que la mayoría de los colegios concertados sean religiosos que con la concertación misma. Para algunos defensores de la supresión de los conciertos educativos, la afirmación de que la educación que se da en los colegios concertados religiosos tiene un valor público es sencillamente una contradictio in terminis.

A algunos defensores de la estatalidad de la educación les escandalizan los conciertos porque parten de la convicción de que subvencionan un reducto de la jerarquía, la exclusión, la desigualdad y el dogmatismo, cuando no de la neurosis. Desde esta perspectiva, acabar con los conciertos ayudaría a extirpar estos males de la sociedad. Vana ilusión. La jerarquía, la exclusión, la desigualdad y el dogmatismo no son exclusivos de nadie, campan por doquier. Muestra de ello es que parezca necesario justificar la evidencia de que en las fronteras donde se lucha por la justicia social, la defensa de los derechos o la ciudadanía cosmopolita e inclusiva, junto a muchos otros, hay también cristianos educados en colegios religiosos que sostienen esta lucha en su experiencia de fe.

Antonio Chapa Lluna