Solemnidad de la Natividad del Señor (Juan 1, 1 –18)
En la misa del día de Navidad la liturgia que en la Nochebuena nos ha situado en la entrañable escena del portal de Belén, ofrece a nuestra meditación una de las páginas de mayor profundidad teológica y alcance de los evangelios: el llamado prólogo del evangelio de San Juan. Son 18 versículos en los que el evangelista sintetiza la obra de salvación de Dios. Un texto para leer y meditar despacio, versículo a versículo, no sólo este domingo, sino a lo largo de todo este tiempo de Navidad.
Hay unas palabras que siempre me han resonado de modo especial al leer este texto: “los suyos no le recibieron”. Palabras que van precedidas de dos afirmaciones similares: “la tiniebla no lo recibió”, “el mundo no lo conoció”. Pero en el versículo subrayado la afirmación es más dura, si cabe, porque quienes no le reciben son “los suyos”. Se hace patente la “debilidad” que Dios asume al hacer de la encarnación el modo de la redención. La debilidad de ser aceptado o rechazado. Entonces y ahora, ayer y hoy.
Porque, sin faltar a la verdad, podemos formular esa afirmación joánica en presente: también hoy viene a los suyos y los suyos no le reciben. Para Juan esta es la gran tragedia de la historia humana. Y para nosotros hoy puede y debe ser un motivo de reflexión. Porque el Señor sigue viniendo, pero a su modo: la pequeñez, la debilidad, la sencilla humanidad. Nos podemos preguntar ¿qué pasa? ¿por qué la humanidad sigue sin recibir y sin acoger a su Salvador?
Unos (quizá la mayoría en nuestra sociedad) ni siquiera le esperan. Todo esto de Jesús les parece, como poco, una historia del pasado, cuando no un invento sin fundamento, algo superado e inútil. Innecesario para la vida humana. Lo de Navidad se vive de distintas maneras, pero ninguna de ellas como celebración del nacimiento de Jesús: una orgía consumista, unas vacaciones de invierno, un ritual de celebraciones e incluso con hartazgo. Para muchas personas es un tiempo odioso en función de sus experiencias familiares.
Para otros la persona de Jesús y su evangelio es una interpelación incómoda que es mejor ignorar o descalificar. Tanto insistir en la verdad, cuando la mentira es una práctica habitual y consentida; tanto insistir en los pobres y la pobreza, cuando el beneficio a toda costa y sin escrúpulos es el objetivo; tanto insistir en el valor supremo de la vida, cuando con tanta facilidad se la minusvalora… Pasemos página, dicen.
Y, finalmente, para los que nos decimos y nos vivimos como creyentes en Jesús y su evangelio el peligro es la superficialidad que no dedica tiempo a escuchar el corazón, la dispersión que nos distrae de lo esencial, el contagio de los falsos valores de nuestra sociedad que ahoga lo mejor de nosotros mismos… Hagamos de la Navidad, de esta Navidad, tiempo de oración, de escucha, de atención a lo esencial: eso es, hoy, adorar y recibir al Jesús que viene en el silencio y la humildad de un pesebre.
Darío Mollá SJ