Trigésimo tercer domingo (Lc 21,5-19)
Para la comunidad cristiana del evangelista Lucas, a la que dirige su evangelio, todo lo acontecido en Jerusalén ha sido tremendo: Jesús ha sido crucificado en esa ciudad y unos pocos años después el Templo arrasado por el Imperio Romano. Es evidente que todo un sistema religioso y todo un “mundo” se ha hundido.
Pasarán los años y Jerusalén ya no será Jerusalén sino “Aelia Capitolina”. Ya no hay templo, sino que en su lugar se construirán altares a los dioses paganos, entre ellos Júpiter… una auténtica “catástrofe”. No nos tienen que sorprender las imágenes que utiliza Lucas en este momento de la narración evangélica apocalípticas y catastróficas (Lc 21,5-19)
En tiempos revueltos y de crisis, (desde que tengo uso de razón “estamos en crisis”, “estamos saliendo de la crisis”, “viene otra crisis”, la Iglesia está “atravesando una profunda crisis”…) siempre surgen charlatanes, visionarios, agoreros, profetas de calamidades, echadores de cartas, traficantes del dolor, vendedores de seguridad, cons-piranóicos, mercachifles, gurús «solucionalotodo»… Las seguidoras y seguidores del Señor tendríamos que estar inmunizados: “que nadie os engañe”, “no tengáis pánico”, “no vayáis tras ellos”. Solo escuchar esto ya pacifica, alienta y fortalece.
Para poder caminar en tiempos revueltos debemos tener dos referencias vitales grabadas en el corazón: que el velo del Templo se rasgó de arriba abajo y que sólo podemos caminar por la vida con Él, dejándonos conducir por su Espíritu de fortaleza. Cuando Jesús expira en la cruz el velo del Templo se rasga. A partir de ese momento sabemos que la Divinidad no se encuentra en un lugar, la Divina Presencia estará para siempre en el crucificado y los crucificados (“a mi me lo hicisteis”).
El Dios Vivo que se revela en la fidelidad de Jesús hasta el extremo no es un Dios de lugares, mientras Dios esté en un lugar necesitará gestores y funcionarios. El domingo pasado los veíamos tendiendo trampas a Jesús, y de esos lugares “no va a quedar piedra sobre piedra, todo va a ser destruido”. Si la Divinidad está en los crucificados, este Dios sólo necesita “verónicas y cirineos”. Esta es nuestra tarea en todo tiempo, con crisis y sin crisis: “anunciar al Dios de la Vida y curar todo achaque y enfermedad del pueblo”
El no tener a la Divinidad localizada, controlada y gestionada nos provoca vértigo e inseguridad, por eso el Espíritu “viene en auxilio de nuestra debilidad”, “os iluminará un sol de justicia y hallaréis salud a su sombra”, (primera lectura). Esta Luz es la que nos ilumina y conduce, aunque “caminemos por cañadas oscuras”. Es la luz que emerge en la Pascua del Señor. El Señor Jesús, el Viviente, no es otro que aquel para quién toda la vida fue servicio y solo servicio hasta el final. Por eso, su Luz nos conduce por caminos de vida y no de muerte. Lo destruido, bien destruido está. Lo viejo ha pasado. Lo nuevo es caminar por la vida haciendo el bien.
Estamos llegando al final del año litúrgico y por eso percibimos que el final de Jesús, que se ve venir, es consecuencia de una vida de fidelidad y de amor hasta el extremo.
Toni Catalá SJ