Levantando los ojos hacia sus discípulos les dijo: dichosos…

Domingo 6º tiempo ordinario – Ciclo C (Lucas 6, 17.20-26

El evangelio de este domingo nos presenta el texto de las bienaventuranzas según el evangelio de Lucas. Son cuatro bienaventuranzas y cuatro “ay” que serían como unas “malaventuranzas”, lo opuesto a las primeras. Bienaventurados los pobres, los que pasáis hambre, los que lloráis y los que sois perseguidos; ay de los ricos, de los saciados, de los que reís, de aquellos a quienes todos alaban. Quiero destacar algunas cosas que nos pueden ayudar a entender y vivir mejor este texto evangélico

En primer lugar, es importante caer en la cuenta que a las palabras de Jesús precede una mirada, detalle que aparece también en las bienaventuranzas del evangelio de Mateo. Jesús mira a las personas con los ojos de Dios y de ese modo de mirar, nuevo, nacen también unos sentimientos y unas palabras que son nuevos. Sus criterios de valoración de las personas no tienen nada que ver con los criterios de este mundo. “Ganadores” y “perdedores” ante Dios no son los que el mundo considera ganadores y perdedores. Hay que convertir miradas…

Tampoco nos puede pasar desapercibida la alternativa que plantean la primera lectura de este domingo, el capítulo 17 de Jeremías, y el Salmo. Dice el profeta Jeremías: “Maldito quien confía en el hombre…; bendito quien confía en el Señor”. Las bendiciones y maldiciones de Jesús en este evangelio son un eco y un desarrollo de las del profeta Jeremías. Malditos quienes confían en sus riquezas, en sus medios materiales, en las satisfacciones y éxitos propios, en las alabanzas de los demás… Y benditos o malditos porque en cuestión de confianza, de poner la confianza en algo o en alguien, aciertos y equivocaciones son decisivos.

Y desde esas dos claves, podemos situar y entender mejor lo que Jesús quiere manifestar con su discurso. Las bienaventuranzas son palabra de evangelio, anuncio de buena noticia, no son un código de moral. De un evangelio sorprendente a ojos humanos y contradictorio con tantos modos nuestros de ver las cosas, pero anuncio del camino verdadero hacia la plenitud humana. Las “malaventuranzas” no son un castigo de Dios, sino la denuncia amorosa, aunque clara y explícita, de un camino equivocado hacia la frustración  y perdición de la persona.

Dicho todo esto, es el momento de preguntarnos en qué o en quién ponemos nosotros nuestra confianza, porque es en eso, en nuestra decisión al respecto, donde nos jugamos que nuestra vida sea bienaventurada, dichosa, o sea desdichada. Vamos a sentir muchas veces la tentación de poner nuestra confianza y nuestra seguridad en aquello que poseemos o controlamos (mucho o poco), en que las cosas nos vayan bien, en el aplauso y valoración de los demás. Pero todo eso acaba siendo un camino hacia la esclavitud de mis bienes, de mis éxitos, de la imagen que quiero dar o doy. Pero el camino de la libertad y de la vida es otro: poner la confianza en el Señor, en su evangelio, en sus bienaventuranzas.

Darío Mollá SJ