Durante el Encuentro Europeo de Jóvenes organizado por Taizé en Valencia se realizaron numerosos talleres. Uno de ellos fue preparado desde los grupos SEPAS, un espacio para separados y divorciados que forma parte del proyecto del Centro Arrupe.
Al ver lo que les proponían a los jóvenes que participaron en aquel taller me dí cuenta de lo mucho que estas personas aportan a la Iglesia. Lo descubres cuando la mirada sobre ellos no se queda en un «problema» a resolver sino que se amplia a una «oportunidad» que acoger.
Desde la herida que conlleva una separación o un divorcio nos brindan la oportunidad de reconocer nuestras propias rupturas, de ser honestos ante ellas y afrontarlas, de asumir la parte de responsabilidad que nos incumbe, de hacer realidad lo que significa perdonar al otro y reconciliarse consigo mismo, de dar pasos en ese largo viaje de la sanación que rehabilita el corazón y posibilita la vida… Los separados y los divorciados no son un problema sino una oportunidad para la Iglesia porque, como hizo Jesús, sus vidas nos muestran la herida del costado de donde sabemos mana la salvación.