Jesús le dice: Dame de beber.

Domingo 3º de Cuaresma – Ciclo A (Juan 4, 1 – 42)

“Dame de beber”: una petición bien sencilla y humana, y también bien comprensible dadas las circunstancias. El evangelista añade dos detalles significativos: el primero, que Jesús “estaba cansado del camino”; el segundo, que “era hacia la hora sexta”: es decir, a mediodía. Cansancio, calor, un pozo, una mujer que se acerca al pozo “a sacar agua”. Todo bastante normal…, pero: un hombre le pide a una mujer en el contexto de  aquella sociedad y un judío le pide de beber a una samaritana: “¿cómo tú siendo judío, me pides a beber a mí, que soy samaritana”. La petición de Jesús rompe esquemas sociales y religiosos de la época. ¿Pretendía Jesús algo más, además de saciar su sed lógica dadas las circunstancias? ¿Era simplemente el modo natural y sencillo de iniciar una conversación con aquella mujer? ¿Pretendía Jesús desde el principio iniciar la larga enseñanza que aparece en este capítulo de Juan?

Inevitablemente al contemplar esta petición de Jesús me viene a la mente otro momento en que Jesús manifiesta su sed. Es un momento mucho más doloroso: en la cruz, en medio de la tortura, “para que se cumpliera la Escritura, dijo: ‘Tengo sed’”. No fue agua lo que le dieron, sino “una esponja empapada en vinagre” (Juan 19, 28-29). También aquí la petición de calmar la sed de Jesús es algo natural, pero trasciende en significado.

¿Hemos escuchado alguna vez en nuestro interior esa petición de Jesús: dame de beber, tengo sed? San Ignacio dice en la “Contemplación para alcanzar amor de los Ejercicios” que “el amor consiste en comunicación de las dos partes, es a saber en dar y comunicar el amante al amado lo que tiene, o de lo que tiene y puede, y así por el contrario el amado al amante” (Ejercicios nº 231). La relación de amor con Jesús para ser plena ha de ser una relación en doble dirección: no sólo pedir y recibir, sino escuchar y dar.

Pero ese “dar de beber” a Jesús no es algo que se resuelve sólo en la intimidad del corazón (que también). Conviene recordar otras palabras de Jesús al respecto: “… tuve sed y me distéis de beber…” “¿cuándo te vimos con sed y te dimos de beber?…” “cuando lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis…” (Mateo 25, 35.37.40).

El Señor sigue pidiendo “dame de beber” en tantos y tantas hermanos y hermanas nuestros que necesitan del agua de nuestra misericordia y de nuestra solidaridad en su sufrimiento y que muchas veces lo único que reciben es el desprecio del vinagre. Es entonces, si damos de beber nuestra agua a los más pequeños y doloridos, cuando también a nosotros, como a aquella mujer de Samaría, se nos dará el agua viva del encuentro pleno y transparente con Jesús.

Darío Mollá SJ