Ignacio Boix Reig

Ayer, miércoles 8 de febrero, fallecía Ignacio Boix Reig, la persona que concibió la idea de la «Fundación CeiMigra», que luchó porque fuese una realidad y, una vez constituida en 2001, fue su primer Gerente. En los últimos años siguió con su servicio a la población inmigrante como voluntario en la Asociación «Lloc de Vida» de Burjassot (Valencia)

Esta misma mañana se ha celebrado su funeral, presidido por Darío Mollá, en el que han concelebrado jesuitas de Valencia y sacerdotes amigos de la familia. Compartimos la homilía que ha tenido Darío Mollá:

«Hay dos palabras que, en mi opinión, son síntesis de la personalidad de Ignacio: compromiso y fe. En su vida concreta esas dos palabras han formado una unión inseparable, de modo que no han sido dos palabras sino una única vivencia. Compromiso desde la fe y fe vivida como compromiso. Inseparablemente.

Compromiso, antes que nada, y por encima de todo, con María, su esposa; sus hijas Sara, Raquel y Cristina y sus esposos Beto, Juanjo y Rafa y sus nietas; su hermano Javier… Con  toda su familia. Una familia que, sin duda, ha sido para él el centro de su vida y de sus preocupaciones. Hasta el final, hasta la última hora. De ello hemos hablado varias veces estas últimas semanas. Me decía que no tenía conciencia de haberles fallado nunca, aunque se podía haber equivocado muchas veces… y que si  de algo  se lamentaba era de lo torpe que tantas veces había sido para expresar su cariño y sus sentimientos.

Compromiso también con quienes hemos sido sus amigos y compañeros en algunas de las muchas etapas de su vida: el colegio, la Compañía de Jesús, la vida pública, el servicio anónimo y voluntario hasta que sus fuerzas se lo permitieron. En septiembre pasado celebramos 50 años de su salida del Colegio y de su ingreso en la Compañía. ¡Con qué cariño preparó y vivió Ignacio ese encuentro y cuántas veces habrá visto y compartido en estos meses el video que recoge nuestra experiencia! Vale la pena volverlo a ver fijándonos ahora sólo en su mirada, en su alegría.

Compromiso, y bien sólido, con la justicia y en favor de las víctimas de la injusticia. Compromiso en serio, no de palabras, sino de hechos; nunca fácil, siempre sometido a las tensiones que en esta sociedad han de soportar quienes apuestan por los débiles. Compromiso en la política, compromiso en la administración pública, compromiso en iniciativas sociales novedosas como fue CeiMigra, compromiso como anónimo y humilde voluntario en el Lloc de Vida de Burjassot en el servicio a los inmigrantes  más pobres. De Ignacio de Loyola aprendió nuestro Ignacio que el compromiso pasa por mediaciones humanas bien concretas, por no tener miedo a implicarse y complicarse, por mantener el permanente discernimiento que nos permite ser honestos.

Compromiso con su fe. Fe en la que fue bautizado y educado, fe que maduró en la vida a través de esos procesos de reflexión, cuestionamiento, dudas y reafirmaciones con los que toda fe auténtica se hace madura. Fe que en sus momentos finales ha aparecido de una forma nítida y sencilla, con la sencillez de aquello que se ha hecho carne y vida propia, y, por ello, no necesita de fórmulas alambicadas para expresarse.

La fe del Ignacio creyente maduro nos deja a creyentes y no creyentes (si es que de verdad se pueden separar ambas dimensiones en cualquier persona humana) dos testimonios, dos propuestas, dos regalos:

El primero, la honestidad a carta cabal con los valores del evangelio de Jesús, y, me atrevo a concretar más, con los valores de las bienaventuranzas de Jesús: el compromiso con los pobres y los que sufren, la sed de justicia, la limpieza de corazón, la capacidad de misericordia.

El segundo, la confianza en Dios como Padre, una confianza que le brotaba del corazón y se traducía en palabras incluso en estos momentos finales en que no era plenamente consciente de lo que decía. Una confianza que expresaba con las bellas palabras del Salmo 121, su oración repetida de los últimos meses: “El Señor te guarda de todo mal, él guarda tu vida. El Señor guarda tus entradas y salidas ahora y por siempre”

Hemos de dar muchas gracias a Dios por haber conocido a Ignacio, por haber disfrutado de su cariño de esposo, padre, hermano, amigo… Hemos de dar muchas gracias a Dios por su vida y por el bien que ha hecho a tantas personas porque también de él se puede decir con verdad que “pasó haciendo el bien… porque Dios estaba con él” (Hechos 10, 38)… Hemos de dar muchas gracias al Padre Dios que ya lo ha admitido al descanso y a la alegría eterna.»