¡Hosanna en las alturas!

Domingo de ramos, Ciclo B. Bendición de los ramos (Mc 11, 1-10)

Jesús llega a Jerusalén. No se concibe en un judío piadoso no peregrinar en las fiestas. Sabiendo que al mismo tiempo que la ciudad de David es “la cumbre de la alegría” para todo hijo de Israel también es la ciudad que mata a los profetas y a los que ella se le envían. No podemos entrar en el interior de Jesús y saber lo que exactamente sentía, si que podemos saber que no se retira ante la adversidad, la amenaza y el chantaje. Es el buen pastor.

Jesús vive el reinado de Dios como acontecimiento que toca realidad, “cura todo achaque y enfermedad del pueblo”, pero sabe que en el imaginario de la gente oír hablar de reinado de Dios es asociarlo con poder, prestigio, boato, intervención portentosa… pero Jesús ha pretendido mostrar que el reinado de Dios que el anuncia y vive no es al estilo de los que “pretenden gobernar a los pueblos que tiranizan y oprimen” (Mc 10,42-45). Jesús ha tomado en la vida un camino muy complejo: vivir en el mundo, la buena noticia es para la gente de carne y hueso, sin ser del mundo, sin dejarse llevar por mentiras, enredos y dinámicas de dominio.

Posiblemente nos hubiese gustado más a un Jesús decidido a la toma del poder caiga quien caiga, (más violencia y más muerte), pero entonces no nos hubiese mostrado a un Dios que tan sólo pretende reunirnos como la clueca reúne bajo las alas de la compasión y la fraternidad a los pollitos; o nos hubiese gustado un Jesús que toma el camino del desierto retirándose a la “secta” de los esenios a “verlas venir”. Decididamente Jesús ha tomado el camino más complejo y difícil: desenmascarar desde dentro que el reinado de Dios no es el de cualquier dios o ídolo. Jesús está arriesgando mucho, se adentra en la espesura de la realidad, pero ésta lo va a triturar. Posiblemente Jesús no tiene otro camino. Mostrando el amor hasta el extremo, desenmascara al “príncipe de este mundo”. Lo desenmascara, pero le va a costar la vida.

Entra en Jerusalén y en mucha gente saltan las expectativas mesiánicas. La gente necesita respirar, necesita agarrarse a cualquier resquicio de esperanza, proclaman Bendito a Jesús y le desean Vida (¡Hosanna!) pero pronto vendrá la decepción de unos y la irritación de otros. Jesús anuncia un reinado en el que serán bienaventurados los pacíficos y no los violentos, reinado que no quiere derrotar a la violencia con más violencia, eso es imposible, y, por otra parte, junto a la decepción de la gente, la irritación del poder porque la mansedumbre y compasión de Jesús la viven como amenaza para su sistema religioso. Decididamente Jesús ha de “pasar el trago” de la liberación.

Cuando san Ignacio dice que “por mis pecados va el Señor a la pasión”, está diciendo algo de mucha hondura. No está haciendo una consideración piadosa ni masoquista, está siendo un hombre de una lucidez que impresiona. Lo que dice es que no nos situemos los cristianos como espectadores ante la pasión, como algo que no va con nosotros, sino que nos sintamos mundo con el mundo y que nos dejemos “quebrantar” en nuestras hipocresías y seguridades, que percibamos las violencias que anidan en nuestro corazón y las resistencias de nuestro orgullo herido a dejarnos querer incondicionalmente. Sólo el que ha venido de las alturas (“el cielo por encima del cielo”) y se abaja hasta el extremo nos muestra el camino de la vida, ¡Hosanna!

Toni Catalá SJ