Historia del Peregrino (1)

Comenzamos el mes de julio y tenemos la mirada puesta en el Día de san Ignacio que celebraremos el 31 de este mes. A lo largo de las próximas semanas iremos publicando su historia desde la perspectiva de aquel que fue conducido, por Dios, del centro a la perifería. Una peregrinación de despojamiento movido por el intenso deseo de «parecer e imitar en alguna manera a nuestro Criador y Señor Jesucristo»

A los treinta años de edad, Ignacio cambia el rumbo de su vida: pasa de aspirar alcanzar la punta de la pirámide de la sociedad medieval -perteneciente a la nobleza vasca, vivió más de diez años en el palacio del contador mayor de Castilla, Juan Velázquez de Cuellar- a sumarse a la masa ingente de mendigos de su época.

Después de abandonar la casa de Loyola, el primer gesto de su conversión consiste en entregar sus vestiduras de gentilhombre a un pobre, en Montserrat. Es sólo el inicio de un largo camino de desprendimiento: el caballero que antes pugnaba por conquistar el “centro”, se ha convertido en un peregrino que no sabe muy bien a dónde va. Su impulso primero es imitar el despojo radical de los santos. En su Autobiografía narra cómo cada vez que se encontraba en una situación que pudiera “ascenderle” se despojaba.

Al salir de Montserrat, camino de Jerusalén, retrasa su paso por Barcelona para no ser conocido por los que formaban parte del séquito del nuevo papa Adriano VI: “Al amanecer partió para no ser conocido, y no se fue por el camino que iba directo a Barcelona, donde habrían muchos que le conocerían y le honrarían, sino que se desvió a un pueblo que se llamaba Manresa” (Autobiografía, 18). Y allí empezará una costumbre que durará veinte años, hasta que funde la Compañía en Roma: dormir en los hospitales de las poblaciones por las que pasaba. Los hospitales de aquella época no tenían que ver nada con los de ahora: consistían en grandes locales donde se daba cobijo a todo tipo de desheredados.

Después de una estancia más larga de lo previsto en Manresa (nueve meses haciendo vida de ermitaño, durante los cuales no se cortó el cabello ni las uñas, buscando con ello el desprecio de los demás para vencer su presunción) decidió partir para Tierra Santa.