Vigésimo séptimo domingo (Lc 17,5-10)
Con el evangelio de estos domingos le estamos siguiendo la pista a Jesús en su camino a Jerusalén, pudiendo descubrir qué va sucediendo… en esta ocasión, con los discípulos. El comentario de Toni Catalá nos ofrece pistas para acercarnos a la narración.
Camino de Jerusalén los discípulos están inquietos. El acoso a Jesús es permanente. Desde que está anunciando el Reinado de Dios, “todo el mundo usa la violencia contra él”. Pero Jesús no pierde la libertad, sobre todo, para anunciar y mostrar la incompatibilidad radical entre el Reino y los “amigos del dinero que se burlan de él”. Lo hemos proclamado en la Eucaristía estos últimos domingos.
En este caminar con los discípulos, Jesús percibe que están agobiados y perplejos, que están preocupados y bastante desbordados. Ven como Jesús denuncia con fuerza que en este mundo se escandaliza a los pequeños y se les machaca. Escandalizar es ofender, es poner obstáculos para que uno se derrumbe y se caiga. Esta denuncia es contundente: “más les valdría que les encajaran en el cuello una piedra molinera y los arrojasen al mar”. Con los pequeños del Padre no se juega de ninguna manera. Al mismo tiempo que denuncia este escándalo, Jesús les dice a los suyos que entre hermanos hay que estar perdonando siempre (“siete veces al día”). Cuidar a los pequeños y tejer fraternidad, esto es el Reinado de Dios.
Se sienten desbordados. Los discípulos le piden a Jesús que les “aumente la fe” para no ser “piedra de tropiezo” para los pequeños, para poder configurar la vida desde el perdón y la reconciliación continúa. Parece que pidiendo más fe están expresando que están cayendo en la cuenta de que el seguimiento no consiste en evadirse de la realidad y quedarse “haciendo tres tiendas” sino todo lo contrario, tragarse la pregunta del profeta Habacuc, primera lectura, “¿por qué me haces ver crímenes y contemplar opresiones?”.
Y es que lo fascinante de Jesús es que no se inhibe, no se retrae, ante la dureza y espesura de este mundo concreto. Cada vez entiendo más que haya “espiritualidades” a las que la realidad de este mundo concreto, fascinante, dolorido, complejo… les resulte insoportable. Sin embargo, resulta que es en este mundo en el que se ha encarnado el Hijo del Dios Vivo (¡atención que el mes que viene empezaremos con el Adviento, que nos vaya sonando interiormente!). Jesús quiere que los discípulos “vean” en que mundo viven.
Más fe no es más voluntarismo ni “hacer más difícil todavía” lo que nos manda el Señor. La fe es confiar, arraigar la vida en el Dios Compasivo, Fuente de la Vida que se revela en Jesús. Cuando confiamos de verdad, aunque sea un poquito, como un grano de mostaza, la vida de cada día se ilumina. La confianza en ese Dios que mira en lo oculto, nos hace «hacer lo que tenemos que hacer», sin dobles intenciones, sin exhibicionismos, sin esperar nada a cambio, sin trueques con Dios, en actitud de servicio, amándonos entre nosotros (no olvidemos que es lo único que nos manda el Señor Jesús).
Entonces podremos decir “siervos inútiles somos”. Decir esto de corazón no tiene nada que ver con la falta de autoestima, ni con tenernos en menos, ni con servidumbres extrañas. Tiene que ver con el reconocimiento pacificado de que no somos el ombligo del mundo, de que el compromiso en el seguimiento no tiene que ver con pretensiones desmesuradas, sino con la experiencia de que El es la “Roca que nos salva”, que nuestra fortaleza está en Confiar… eso es creer.
Toni Catalá SJ