Hasta entonces no habían entendido la escritura.

Domingo de PASCUA de la Resurrección del Señor – Ciclo A (Juan 20, 1 – 10)

Tras proponernos en la solemne Vigilia Pascual el primero de los relatos de Resurrección del Evangelio de Mateo (28, 1-10) la liturgia nos propone en este domingo de Pascua el primero de los relatos de Resurrección en el evangelio de Juan. Tres son los protagonistas de este relato: María la Magdalena, Simón Pedro y “el otro discípulo, a quien Jesús amaba” (muy probablemente, el propio Juan). Ven “la losa quitada del sepulcro”, “los lienzos tendidos”. “el sudario… enrollado en un sitio aparte”… Signos que en sí mismos sólo certifican la ausencia del cuerpo de Jesús del sepulcro. Hasta que Juan “vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos”.

Habían oído muchas veces de la boca del mismo Jesús el anuncio de la muerte y de la resurrección. Pero les costó creer. No esperaban la resurrección. Estaban golpeados y doloridos por el golpe brutal que significó la pasión y la muerte de Jesús. Su dolor no dejaba puerta abierta a la esperanza, era un dolor cerrado sobre sí mismo. Hasta que alguien “vio y creyó”. El “oficio de consolar” con el que San Ignacio define la acción del Resucitado es, en buena medida, abrir los corazones a la esperanza. Entonces, las cosas se ven de otra manera, los signos cobran un nuevo significado, la historia no concluye en la tragedia de la muerte. Hay vida más allá de la muerte. Entienden ya la Escritura.

¿Entendemos nosotros la Escritura? Después de tantos años, leída, explicada y meditada tantas veces, ¿entendemos la Escritura? O ¿nos sucede algo muy semejante a lo de estos primeros discípulos? También a nosotros tantos sufrimientos propios y ajenos, tantas injusticias, tantos signos de muerte y tantas muertes reales como presenciamos nos cierran el corazón a la esperanza. Entonces olvidamos las palabras de la Escritura, o pensamos que son palabras para otro tiempo y para otra gente o palabras que no tienen que ver con nosotros.

También es cierto que como estos primeros discípulos vemos pequeños signos de vida que nos alertan: tantas vidas entregadas en el amor y el silencio, tanta fortaleza y coraje en los más débiles de nuestra sociedad, tanta solidaridad oculta y no publicitada pero eficaz y generosa. ¡Pero el mal es tan ruidoso y el bien es tan callado!

Si alguna petición nos cabe hacer al Señor en este domingo de Pascua es que el Resucitado nos abra los corazones a la esperanza. Que nos ayude a leer nuestra historia personal y la historia de nuestro mundo a la luz de su Resurrección. Que “veamos” (aquello que el dolor nos impide ver) y que “creamos” (aquello que su Resurrección nos invita a creer).

Darío Mollá SJ