Habéis oído que se dijo… Pero yo os digo

Domingo sexto del tiempo ordinario (Mt 5,17-37)

Es evidente que Jesús no ha venido a abolir la Ley, para Jesús es la Torá, el Pentateuco, los cinco primeros de la Escritura santa en donde se narran las grandes historias del Dios de los padres y madres de Israel con su pueblo, y menos ha venido a abolir, a declarar caducos, a los profetas de Israel que expresaron una tremenda fortaleza carismática para denunciar el culto vacío sin compasión ni justicia, a confrontar la idolatría y a generar esperanza. Jesús vive totalmente arraigado en la gran tradición de su pueblo.

Pero Jesús constata que el comportamiento “legal” se ha rutinizado, que el cumplimiento de la ley lleva a cumplimientos faltos de vida, a creer que todo es previsible y no cabe novedad alguna, que todo está “medido y pesado”, que todo se nivela y se iguala, que lavarse las manos antes de comer, por ejemplo, es tan importante como practicar la justicia; que ante la pérdida del valor que expresa la norma, no olvidemos que toda norma expresa un valor a cuidar, letrados y eruditos se dedican a “rizar el rizo” sobre la norma. El caso del sábado es evidente, el sábado es día de la gloria de Dios y la gloria de Dios es que sus criaturas vivan. Esto se olvida y como para dar gloria a Dios no hay que someterse a trabajos alienantes, letrados y escribas se dedican a largas discusiones sobre que es trabajar, que no es trabajar, que está permitido, que no está permitido… ¡que asfixia!

Jesús, en este momento del “sermón del monte” con fuerza, con autoridad, con libertad, con una tremenda capacidad de provocación agita las aguas estancadas en las que se han convertido la ley y los profetas. Es provocativo el “habéis oído… pero yo os digo”, judíos y cristianos que quieren entender a Jesús se las han tenido que ver y se las tienen que ver con estas palabras de un Jesús que se sitúa con autoridad y libertad ante la Ley. Lo que dice Jesús va más allá y más al fondo de la ley, relativiza, pero también radicaliza la ley, la fuerza y la retuerce, como que la exprime para sacarnos de rutinas, de acomodos, de cumplimientos y empezar a ver que las criaturas de Dios estamos llamadas a dar más de sí que el mero cumplir, que tenemos “potencias y latencias” que podemos activar.

El adulterio tiene que ver con la limpieza de corazón… no sólo el irse con otra o con otro; el no matar no sólo tiene que ver con el código penal, tiene que ver con que a las criaturas de Dios de ningún modo se les puede denigrar ni maltratar, puede que no mate, pero puede que sea un malpensado…  No jures por Dios, no lo metas donde no hace falta porque se trata de sencillez y veracidad en el lenguaje… Menos “liturgias” de perdón y más perdón en la trama de lo cotidiano. Una vez más Jesús nos descoloca, nos provoca y nos urge a ser mejores personas, a no quedarnos en rutinas mortecinas… Podemos leer el evangelio desde una “resignación” a que damos de sí lo que damos de sí y entonces el “sermón del monte” es un imposible o leemos el evangelio con un corazón abierto a reconocer que los “cumplimientos de la ley” nos matan la creatividad interior y que Jesús nos motiva y nos lleva a desear dar un poco más de sí en libertad, compasión y gratuidad.

Toni Catalá SJ

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