Nos encontramos ya en la recta final del tiempo de Cuaresma y este quinto domingo nos propone un relato tomado del Evangelio de Juan que nos sitúa ante un momento especialmente delicado para Jesús. Basta recordar una de las expresiones que encontramos en este relato y que nos describe por lo que está pasando Jesús: «Ahora mi alma está agitada» (12:27). Estamos ante una narración atravesada por la tensión interior de Jesús que recoge lo vivido hasta entonces por él.
¿Qué había pasado? Según el cuarto Evangelio, al tomar conciencia del fracaso de su ministerio y de la hostilidad declarada de las autoridades, Jesús se retiró dos veces al desierto y pasó a la clandestinidad. La primera vez cuando “querían prenderle de nuevo y se les escapó de las manos y se marchó al otro lado del Jordán” (10,39-40); la segunda, cuando se decidió ejecutarlo en una reunión oficial del sanedrín: “Jesús ya no andaba en público entre los judíos, sino que se retiró de allí a la región cercana al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y allí residía con sus discípulos” (11:54). Ya nos podemos hacer una idea de lo que podría estar viviendo y de los sentimientos que se darían en él.
Pero Jesús toma la decisión de salir de la clandestinidad y meterse en la “boca del lobo”. haciéndolo de una manera tan pública que se estaba atrayendo sobre sí la muerte. Y esto es lo que encontramos en el capítulo 12 del evangelio de san Juan con el que concluye la primera parte del relato joánico y cuyos versículos 20 a 33 se leen en este domingo de Cuaresma.
Para no perderse y tener perspectiva fíjate que en este capítulo 12 encontramos la secuencia de tres narraciones: la unción de Betania (12:1-11), la entrada solemne en Jerusalén (12:12-19) y el encuentro con los griegos (12,20-33), secuencia esta última que se leerá este domingo. Las dos primeras narraciones nos presentan a Jesús de nuevo en público, primero en Betania, luego en Jerusalén: “Seis días antes de la Pascua, Jesús volvió a Betania, donde estaba Lázaro, al que había resucitado” (12:1); “Al día siguiente, la gran multitud que había venido para la fiesta, se enteró de que Jesús se dirigía a Jerusalén” (12:12). En ambos relatos encontramos la admiración y la expectación que despierta en la gente y la reacción amenazante de la clase dirigente.
Ya situados en el contexto, vamos a fijarnos en el relato de este domingo de Cuaresma (12:20-33) que hace de visagra entre la primera parte del Evangelio de Juan, el “libro de los signos» y la segunda parte, el «libro de la Gloria”, recogiendo temas que ya habían aparecido con anterioridad y que serán clave en adelante.
HORA. La dinámica del Evangelio de Juan conduce hacia un momento culminante que se designa como la hora de Jesús. Una hora que todavía no ha llegado en Caná (2:4), aunque de algún modo se adelanta a través del signo (2:11). Por fin llega en el momento de la muerte (13:1). En el relato de este domingo, Jesús por primera vez declara que “ha llegado la hora en que sea manifestada la gloria del Hijo del hombre” (12,23). Es la Hora de la manifestación de su gloria en su exaltación en la cruz.
GLORIFICACIÓN. En el Antiguo Testamento, “Glorifica tu nombre” significaba “Muestra tu poder de salvación”. Por eso la glorificación del Hijo es la manifestación del poder de Dios para la salvación de los hombres. En Jesús se va a manifestar su gloria en su muerte infamante. Porque precisamente es en la ignominia donde resplandece la grandeza del amor de Dios “hasta el final”. En ningún sitio se revela tan claramente el extremo de este amor como en medio del rechazo más absoluto y obstinado del que será objeto y que encuentra en la ejecución de Jesús su máxima expresión.
SER LEVANTADO. Junto a este rechazo, Jesús «lo atraerá todo hacia él» (12:32) justamente cuando sea levantado en la cruz. A las tres predicciones de la pasión en los sinópticos, hay en el cuarto Evangelio tres anuncios de la exaltación: la muerte en cruz da vida a los mordidos por las serpientes (3:13), revela quién es Jesús (8:28), y es principio de atracción universal (12:32) y así es recogido este domingo a propósito de los griegos que se acercaron a Jesús. Y para que no quede ninguna duda, el propio evangelista explicita que este levantamiento es el de la muerte en cruz y así se recoge al final del evangelio de este domingo de Cuaresma: “Con estas palabras indicaba de qué modo iba a morir (12:33)