Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado

Cuarto domingo de Cuaresma (Jn 9,1.6-9.13-17.34-38)

Entiendo que por “razones pastorales”, como se suele decir, no se proclame entero este domingo todo el capítulo nueve del Evangelio de Juan, la verdad es que es muy largo. Si nos pacificamos un poco, en este tiempo de oscuridad, y encontramos un tiempo de oración es bueno tener presente todo el capítulo entero. El domingo pasado celebrábamos al Jesús manantial de agua viva inagotable. Este domingo celebramos a Jesús “luz del mundo”. Hoy especialmente necesitamos que él nos ilumine en medio de la noche.

Jesús y los discípulos se encuentran con un ciego de nacimiento y surge espontáneamente la pregunta de quién tiene la culpa de su ceguera: si la tiene él o, ya que es ciego de nacimiento y no ha podido pecar aún, la tienen sus padres. Aparece la secuencia “pecado–castigo–desgracia”: nos pasan desgracias porque hemos pecado y “dios” castiga nuestro pecado. ¡Esto es blasfemo! Es profanar el Nombre, no se santifica el Nombre si creemos que “dios” nos carga con la desgracia y con la culpa. Más crueldad en esa divinidad es imposible. No caigamos en esta trampa estos días de desconcierto, de paciencia, de sufrimiento y… de solidaridad compasiva.

¡Cuánto sufrimiento en la gente que tuvo que llegar a pedir a “dios” que “no estuviera eternamente enojado”! No seamos “ciegos” ante lo que está aconteciendo y pongamos nuestra mirada en Jesús que es la Luz. Y lo primero que Jesús nos manifiesta es que en el ciego de nacimiento no se muestra el enojo de dios, sino que se va a mostrar la Gloría del Dios Vivo que consiste en que sus criaturas tengan vida y vida en abundancia. “Ni él pecó ni sus padres; ha sucedido para que se revele la acción de Dios” (atención al próximo domingo Jesús dador de vida). Jesús no se dedicó a buscar culpables sino a aliviar y a curar a los sufrientes.

Jesús le devuelve la vista al ciego, lo recrea con el polvo de la tierra amasando barro con su saliva. El que ve el actuar de Jesús con mirada limpia, y no con la mirada interesada y retorcida de los fariseos, sabe qué significa ungir al ciego con el barro hecho del polvo de la tierra y la saliva de Jesús el Mesías, (el texto original no dice le “puso barro en los ojos” sino le “ungió con barro” pequeño detalle interesante)

Ungirlo es abrirlo a la vida, “recrearlo”, impedir que otros lo extravíen por los caminos de la vida (“¡Maldito quien extravíe a un ciego en el camino! Y el pueblo responderá: ¡Amén!” Dt 27,18) Jesús es un judío carismático oriental no un hombre “diseñado por nuestra cultura occidental”. Este gesto tan sorprendente de Jesús es una práctica compasiva en su contexto. La comunidad de Juan ve en Jesús al Ungido (Mesías) por el Dios de la Vida para que unja a su pueblo y le abra, nos abra, los ojos.

Pero los que hacen de Dios una propiedad privada se irritan con Jesús porque una vez más pone en el centro del sábado el aliviar y dignificar a las criaturas. Es tremendo oír la contundencia con la que afirman de Jesús: “Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado”. Jesús precisamente es el enviado del Dios Vivo para que recuperemos la vista en medio de tanta oscuridad. Y lo que tenemos que seguir pidiendo estos días es la mirada de Jesús. Nos habíamos contado muchas mentiras sobre lo que es ser hombre y mujer, no veíamos que el progreso se hacía a costa de tantas criaturas descartadas, que estábamos intentando servir a dos señores y sobre todo que pongamos nuestra confianza, fe, sólo en el Dios Fuente de Vida que es Amor y solo Amor para con sus criaturas.

Toni Catalá SJ